Cucarachero
chocorocoy
Striped-backed
Wren
Campylorhynchus nuchalis
Escrito por Eduardo López
Ilustrado
con fotografías tomadas por Eduardo López
Esta es una versión del original
publicado en octubre de 2009 revisada,
corregida y actualizada por el autor
Troglodytae llaman los ornitólogos a la familia que agrupa a
esos simpáticos pajaritos que en Venezuela conocemos como Cucaracheros, de los
cuales tenemos en nuestro país 19 especies, incluidos algunos cantantes de bien
ganado prestigio. Destaca en particular el omnipresente Cucarachero común (Troglodytes aedon) (verlo aquí: http://www.flickr.com/photos/barloventomagico/3901542346/)
que le da tanto el nombre científico como el común a toda esta familia, la
mayoría de cuyos integrantes se caracteriza por poseer voces muy potentes que
contrastan con la pequeña talla de muchos de ellos.
Uno de
los más notables miembros del grupo es el Cucarachero chocorocoy, entre otras
razones por su gran sonoridad, la cual es expresión, según veremos en su
momento, de un lenguaje bastante complejo, muy acorde con su sorprendente organización
y comportamiento social. Muchas de sus vocalizaciones se nos antojan remolinos
de notas que, aunque algunos las han tildado de «desagradables» (Hilty, 2003
[2002], p. 693), otros, por el contrario, no han dudado en considerarlas
«melodiosas» (Phelps y Meyer, 1979 [1978], p. 328). No obstante creo que todos
podríamos coincidir en que son reflejo fiel de la gran vitalidad que
caracteriza al Chocorocoy, la cual suele ser uno de sus atractivos mayores para
el observador de aves. No es de extrañar, por tanto, que su nombre sea una
imitación de su principal canto, que a muchos les suena como ¡chocorocoy!
¡chocorocoy! (varias de sus vocalizaciones pueden escucharse aquí: http://macaulaylibrary.org/audio/63268).
Los Chocorocoy vocalizan
muchas veces a dúo, lo cual hace que su canto suene más sonoro y complejo. En
la foto el ejemplar de la izquierda acaba de concluir su estrofa y el de la
derecha comienza la suya, erizando ambos parte de su plumaje (Fotografía tomada
por Eduardo López
También es onomatopéyico lo
de Cucarachero, ya que este nombre proviene no del hecho de que los integrantes
de esta familia se alimenten «principalmente de cucarachas», como pensaba de
manera algo ingenua don Julio Calcaño (Calcaño, 1950 [1896], p. 386), sino que
se debe, según refería Bruno Manara, al «canto de algunas especies que parecen
repetir varias veces seguidas “cucarachero” o algo así» (Manara, 2004 [1998],
p. 48). Y si bien de esto último estamos muy seguros, lo que todavía no hemos
podido dilucidar es por qué la expresión «cucarachón», ya muy en desuso, se utilizaba
en tiempos pasados para designar a un «hombre de edad madura que acostumbra
enamorar jovencitas» (Núñez y Pérez, 2005, p. 148), vale decir un viejo verde.
Blanco y negro son los colores predominantes del
Chocorocoy. El patrón dorsal es barreteado en tanto que la cara y garganta son
blancas y la parte ventral moteada, lo cual lo diferencia del macho de la Pavita hormiguera (Tamnophilus doliatus), que tiene la cara
y garganta estriadas y la parte ventral barreteada, según se puede ver en la foto
que sigue (Fotografías tomadas por Eduardo López)
Dado que
los machos Chocorocoy suelen ser estrictamente monógamos, esos motes alusivos a
la promiscuidad no les serían aplicables. Además, ellos parecen preferir como
parejas no a las jovencitas inexpertas sino a las hembras maduritas. Una serie
de investigadores norteamericanos así lo ha determinado, al igual que otros
aspectos de su compleja organización e interacción social, mediante estudios
consecutivos muy minuciosos sobre los Chocorocoy efectuados desde 1974 en el
conocido Hato Masaguaral, ubicado al sur del Estado Guárico en las cercanías de
Corozopando, entre los cuales destacan Kerry Rabenold, Carla Christensen y la
pareja formada por Haven y Minna Wiley (Rabenold, 1984, p. 884), lo mismo que
Walter Piper y, más recientemente, Jordan Price (Piper, 1994, p. 655; Price,
2003, p. 167).
Para el Chocorocoy cualquier percha y momento son buenos
para atisbar durante los muy movidos recorridos que hace en busca de alimento.
El de la foto es un juvenil que se reconoce por no tener aún bien definido el
moteado del pecho y vientre y por las tonalidades anteadas en las alas
(Fotografía tomada por Eduardo López)
Estos autores verificaron
que los Chocorocoy son muy sedentarios, constituyendo «grupos cooperativos» en
los cuales «todos comparten la defensa del territorio común, la construcción de
los nidos para empolle y para dormitorio y el cuidado de las crías» (Rabenold,
1984, p. 871). Tales grupos pueden llegar a tener hasta 14 miembros, encabezados
por una pareja principal, siendo el resto ayudantes hembras y machos entre los
cuales también hay una jerarquía basada sobre todo en la edad (Price, 2003, p.
170).
Respecto
de los territorios, suelen ser relativamente pequeños, aproximadamente de 1,1 a 2,5 hectáreas en
promedio (Rabenold, 1990, p. 167), con sus linderos bien delimitados, siendo
defendidos por todo el grupo a capa y espada contra los depredadores y los
intrusos competidores de su misma especie o de otras.
Este ejemplar está en plena
faena de recolección de material a ser utilizado para la construcción de un
nido (Fotografía tomada por Eduardo López)
En un lugar céntrico de ese
territorio construyen colectivamente, como se refirió, el nido que utiliza la
hembra principal para poner los huevos y empollarlos, pero, dado que son de las
especies que les disgusta descansar y dormir a la intemperie, proceden a
construir en las cercanías del primero un nido adicional que servirá al grupo
como dormitorio comunal. Sucede a veces, sin embargo, que en lugar de gastar
energías en tan fatigosa faena prefieren, si la oportunidad se les ofrece,
aprovechar los nidos abandonados por otras especies, en particular los de
Guaitíes (Phacellodomus rufifrons),
que además de estar muy bien construidos presentan la ventaja adicional de
contar con varios habitáculos (Rabenold, 1984, p. 873) (Pueden ver uno aquí: http://www.flickr.com/photos/barloventomagico/1473657543/).
Unos cables del tendido
eléctrico próximos a un poste fue el lugar escogido por el grupo al que
pertenece este ejemplar para ubicar el nuevo nido, cuya construcción demorará
más o menos tiempo dependiendo sobre todo del número de integrantes del grupo (Fotografía
tomada por Eduardo López)
Hubo un tiempo en que se
suponía que la pareja principal o dominante era la única que se apareaba y
reproducía, pero a medida que avanzaron las investigaciones se evidenció que,
si bien el macho principal le es fiel hasta la muerte a su pareja, la muy
casquivana de vez en cuando le paga su lealtad traicionándolo con alguno de los
machos subordinados. La prueba irrefutable del adulterio unilateral provino de
los estudios de ADN que le fueran practicados a toda la población censada de
Cucaracheros Chorococoy de Masaguaral, los cuales demostraron que en algunos
grupos habían nacido no sólo hijos del macho dominante sino también de machos
ayudantes (Rabenold et al,
1990, p. 538). En contrapartida, las hembras auxiliares, cual vestales
impolutas, jamás se dejan seducir por ningún macho, cualquiera que sea su
jerarquía. En razón de lo anterior varios autores señalan que se trataría de
grupos poliándricos (Piper, Walter H., 1994, p. 654; Hilty, 2003 [2002], p.
693), pero otros retrucan que ésa sería la excepción y que la norma la constituirían
los grupos monogámicos (Rabenold, Patricia et
al, 1990, p. 539).
Cualquiera
que fuera el caso, una vez que nace la camada el macho y la hembra principales
conjuntamente con sus ayudantes se afanan en alimentarlos. En todo ese proceso
el macho principal está muy pendiente de su pareja y de las crías, pero si el
grupo es grande, es decir, de cuatro o más miembros, hay una mejor distribución
de la carga que le permite a aquél disponer de tiempo y energía extra para
dedicarlos a otras tareas también importantes, muy especialmente la de
ahuyentar a los depredadores, los cuales representan «la mayor causa de pérdida
de pichones» (Rabenold, 1984, p. 884), en tanto que la hembra dedica el ahorro energético
a intentos adicionales de empollar. Esto parece ser el factor determinante que
explica el por qué los grupos conformados por la pareja principal y dos o más
ayudantes tienen siempre un éxito mucho mayor en asegurar la supervivencia de
la camada o de una buena parte de ella que una pareja con sólo un ayudante o
con ninguno, así como en la consecución de camadas adicionales (Rabenold, 1984,
p. 883).
El sitio escogido para
construir este nido no podía ser más inverosímil. Entre sus ventajas está el no
verse afectado por la lluvia y el viento, lo que aumenta su durabilidad, así
como la poca vulnerabilidad frente a los depredadores, salvo tal vez algún
improbable reptil atrevido que pudiera lograr entrar por la poco accesible
entrada (Fotografía tomada por Eduardo López)
El centro de operaciones de
cualquier grupo de Cucaracheros Chocoroy es el lugar donde se encuentra el
nido-dormitorio. Allí comienzan su actividad diaria, allí se reúnen en los
momentos de descanso y de interacción y allí terminan su jornada, de modo que
es en ese lugar donde los investigadores que estudian a esta especie la buscan
(Zack y Rabenold, 1989, p. 237) y donde los observadores de aves pueden tener
mayor éxito para encontrarla.
Ahora
bien, sucede que, cuando de comer se trata, los Chocorocoy prefieren
dispersarse y buscar su alimento solos o cuando más en pareja, pero nunca en
grupo. Esto se explicaría porque, al ser sus territorios relativamente
pequeños, parece que resulta más productivo para todos hacerlo así. Sin
embargo, mantienen la comunicación entre ellos, según veremos, permitiendo que
el resto conozca su ubicación y dando la voz de alerta ante la presencia de
algún intruso, sea éste un competidor perteneciente a su misma especie o a otra
diferente o algún depredador.
Aunque se trata de un ave
principalmente insectívora, el Chocorocoy es un oportunista que, por ejemplo,
no desprecia una fruta sustanciosa, como lo demuestra este ejemplar dándose
banquete con un mango (Foto tomada por Eduardo López)
Los depredadores suelen
ser, en el caso de las aves, los Gavilanes y Chiriguares. La táctica utilizada
generalmente por los Chocorocoy para alejarlos consiste en «increpar
activamente a estos rapaces de manera lo suficientemente ruidosa como para
atraer a otros pájaros para que se unan al hostigamiento vocal y físico del
depredador», logrando así la incorporación de, entre otros, Azulejos de jardín,
Gonzalitos, Lechoseros ajiceros y diversas especies de Atrapamoscas (Rabenold,
1984, p. 879).
En el
caso de grupos pequeños que disponen de poca capacidad para repeler
abiertamente las incursiones de los depredadores opera más bien una táctica
silente, consistente en «cesar la entrega de alimentos a los pichones y evitar
estar cerca del nido», esperando que las crías pasen desapercibidas hasta que
el rapaz se aleje (Rabenold, 1984, p. 879 y 1990, p. 176). Lamentablemente el
«pasar agachado» no suele ser tan efectivo como la «bulla».
Es por
ello que la táctica bullanguera la aplican ambos tipos de grupos por igual para
enfrentar a las serpientes, buscando movilizar en su contra a «otras especies
más grandes mejor preparadas para acosarlas físicamente» (Rabenold, 1984, p.
884), incluidos los humanos, según se colige de lo sostenido por Jesús Loreto,
quien contaba que al notar la presencia de alguna culebra, el pajarito «avisa a
la bandada, la cual se agrupa sobre las ramas bajas de los árboles, desde donde
entona un cantar a coro: es un chillido especial que debe significar peligro,
ya que el hombre de campo tradicionalmente da por veraz el aviso y sale de su
casa provisto ya del arma apropiada para dar muerte al intruso» (Loreto, 1980,
p. 26). Decía este autor que durante años había observado este comportamiento
en el Llano, lo cual no nos extraña ya que nosotros también hemos visto en
Barlovento la misma actitud de los Chocorocoy y la correlativa reacción de los
campesinos.
La sonoridad del Chocorocoy
es una de las notas más distintivas de esta especie, constituyendo la
comprensión de su variado lenguaje uno de los temas más complejos afrontados
por los ornitólogos que lo han tomado como centro de sus investigaciones
(Fotografía tomada por Eduardo López)
Pero hay otros tipos de
enemigos frente a los cuales los Chocorocoy no les importa prescindir tanto de
aliados como de preámbulos y disimulos, atacándolos inmediatamente y con mucho
rigor «cuando los descubren cerca de los nidos», con el consiguiente riesgo de
salir mal heridos. Ello sucede con las especies parasitarias, es decir,
aquellas que ponen sus huevos en los nidos de otras aves para que éstas se los
críen, en particular con el Tordo mirlo (Molothrus
bonariensis), ya que el Chocorocoy es una de las 232 especies en
cuyos nidos han sido encontrado los huevos de aquél (Reboreda et al, 2003, p. 78). También
actúan así frente a los «competidores por los nidos y por los materiales para
construirlos», representados en Masaguaral sobre todo por Arapamoscas e
Ictéridos, así como Azulejos de jardín (Rabenold, 1984, p. 879).
Hay
momentos muy particulares en que se producen pleitos intraespecíficos, a veces
muy violentos, que involucran sólo a las Cucaracheras Chocorocoy pretendientes
a ocupar el lugar dejado por una hembra principal cuando ésta muere,
especialmente en los casos de grupos grandes que, como vimos, cuentan con el
gran atractivo de ser los que mejor aseguran la sobrevivencia de sus
integrantes. Estas luchas, en las cuales participan generalmente hembras
provenientes de otros grupos, pueden durar incluso varios días (Rabenold, 1990,
p. 183), estando condimentadas —¡quién lo diría de estas habitualmente
modositas féminas!— con «rápidos picotazos, usualmente a la cabeza de las
oponentes, patadas en vuelo con los pies cerrados y las aves rotando hacia el
suelo desde varios metros de altura y persecuciones aéreas que pueden durar
hasta diez minutos» (Zack y Rabenold, 1989, p. 243; Rabenold, 1990, p. 186),
obteniendo casi siempre la victoria la de mayor edad procedente de algún
territorio muy cercano, siendo bastante probable que se trate de una pariente próxima
de la sustituida.
Aunque el Chocorocoy no es precisamente timorato, a veces
adopta una actitud típica de alerta frente a aves u otros animales que juzgue
como peligrosos o rivales. En el caso de este jovencito la reacción tal vez se
produjo al descubrir de pronto la presencia desmasiado cercana del fotógrafo
apuntándole con la cámara, pero parece que al verificar que se trataba de un
inofensivo conocido suyo rápidamente se tranquilizó (Fotografía tomada por
Eduardo López)
El macho dominante no se
involucra en estos pleitos femeninos, aceptando gentilmente a la ganadora como
su nueva pareja, lo cual ocurre incluso en los pocos casos en que la anterior
no ha muerto sino que ha sido derrocada por alguna insurgente. Es de destacar
asimismo que, en contrapartida, cuando el macho dominante muere su reemplazo se
suele dar de manera completamente pacífica, efectuándose la sucesión
estrictamente según la edad, puesto que el más viejo del grupo adquiere
automáticamente el rango de macho principal, como corresponde en una
gerontocracia viril que se respete. Pero como siempre hay un pero, tal vez la
sucesión no sería tan sosegada si los dos primeros pretendientes en la cola
tuvieran la misma edad, eventualidad que no sabemos todavía si se dilucida asimismo
por métodos relativamente pacíficos como sugieren algunos (Rabenold, 1990, p.
169) o más bien a picotazos y patadas.
Las
referidas son situaciones dramáticas que, sin embargo, se presentan sólo muy de
vez en cuando. De hecho, en mi caso la he presenciado sólo una vez, no obstante
que la finca La Pomarrosa
está muy poblada por estos pajaritos, habiendo en 3 hectáreas hasta
cuatro grupos familiares ubicados muy cerca unos de otros ya que sus
territorios son bastante pequeños. En todo caso esos conflictos violentos
constituyen una suerte de paréntesis en una cotidianidad más llevadera. Por
ejemplo, los miembros del grupo acostumbran estrechar sus nexos empleando para
ello frecuentemente «el acicalamiento mutuo» (Zack y Rabenold, 1989, p. 236),
que consiste simplemente en que un ejemplar usa su pico para limpiarle a otro
algunas plumas y zonas de la piel, en particular las que al ejemplar pasivo le
son difíciles de alcanzar por sí mismo, como las de la cabeza, nuca y cuello,
conducta que puede ser reciprocada por el otro de inmediato o en otra
oportunidad (Rabenold, 1990, p. 165), pero que en todo caso se da manera
sosegada, del mismo modo que sucede con las mucho más comunes, citadinas y
visibles Palomitas maraquitas (Scardafella
squamata).
Aquí vemos un ejemplar en
labores de limpieza de un congénere que parece disfrutarlo mucho, lo cual puede
implicar el arreglo de plumas y la extracción de parásitos, incluidos los
piojitos, por supuesto. El árbol es un Ciruelo de huesito (Spondeas purpurea) con flores rojas y frutas verdes próximas a
madurar (Fotografía tomada por Eduardo López)
Este comportamiento, sea
dicho de paso, tal vez nunca fue observado por ese famoso sabio del siglo XX
venezolano llamado Francisco Tamayo, quien en 1977 comentaba, refiriéndose al
Cucarachero, que «este pequeño pájaro de lindo canto parece que es atacado por
los piojos, porque en El Tocuyo de comienzos del siglo XX existía un dicho
tradicional: “Cucarachero no más no tiene piojito”, con lo cual se quería
expresar que hay personas que no advierten sus propios defectos sino los de la
restante gente, sobre todo cuando esta gente es humilde» (Tamayo, 1977, p.
103), o lo que es lo mismo, ver la
paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo (Carrera, 1974, p.
188). Sin embargo, ante la foto anterior se podrá entender fácilmente el por
qué del antiguo dicho.
Volviendo a las
vocalizaciones, los investigadores han identificado entre los Chocorocoy dos
tipos principales. El primero son los «duetos, interpretados por la pareja
principal y, menos frecuentemente, por otros miembros» del grupo (Willey y
Willey, 1977, p. 12), cuya finalidad sería la de demarcar el territorio propio
frente a los vecinos y a eventuales extraños. Se trata de una actividad
cotidiana que se da con más frecuencia «en la mañana temprano, justo después
que el grupo abandona su nido-dormitorio» (Willey y Willey, 1977, p. 31). Los
duetos son los cantos que más frecuentemente se le escuchan a los Chocorocoy y
los que son emitidos con mayores decibeles pudiéndose oir a bastante distancia.
Pareja principal en pleno
despliegue de su vocalización a dúo, la cual tiene como una de sus principales
finalidades la de advertir a vecinos y extraños que ése es el tierritorio del
grupo y que los demás se cuiden mucho de penetrar en él (Fotografía tomada por
Eduardo López)
El segundo tipo está
representado por los «llamados WAY», denominados así a causa de su «parecido
ocasional con las palabras inglesas “where are you?”, los cuales «se producen
más a menudo fuera de contextos agresivos» (Price, 2003, p. 166), siendo «de
menor intensidad que los duetos» (Price, 1999, p. 484). Según este autor, quien
las ha estudiado con detalle, «estas vocalizaciones parecen funcionar
primordialmente en el mantenimiento del vínculo social dentro de un grupo y en
el reconocer la identidad de un grupo durante interacciones con otros grupos»
(Price, 2003, p. 166).
Se ha
determinado que estos cantos les proporcionan claves para saber si quien las
emite es un extraño o si se trata de un pariente y si su filiación es cercana o
lejana. Esto es posible porque los cantos se transmiten de madres a hijas y de
padres a hijos, de modo que si una Chocorocoy escucha un canto igual o muy
parecido al que ella aprendió de su madre entonces quien lo emite será una
hembra con parentesco cercano, y si no puede reconocerlo será una extraña. Del
mismo modo, si se parece al del padre se tratará de un macho con parentesco
cercano con ella.
Lo
anterior tiene mucha relevancia si se considera, por una parte, que entre los
Cucaracheros Chocorocoy no hay dimorfismo sexual, es decir, que machos y
hembras tienen la misma apariencia, y, por la otra, que la dispersión
geográfica de las generaciones sucesivas se efectúa sobre distancias cortas, a
diferencia de lo que sucede con la mayoría de las aves, quedándose usualmente
los machos jóvenes como ayudantes en el territorio donde nacieron y
trasladándose las hembras a los territorios vecinos en la esperanza de poder
llegar a convertirse en hembras principales, todo lo cual implica que, de no
tener la posibilidad de reconocer el grado de parentesco, habría una alta
probabilidad de que se formaran parejas reproductivas integradas por padre e
hija, o madre e hijo o bien hermano y hermana, endogamia que, como es sabido,
elevaría considerablemente el riesgo de aparición de taras hereditarias que
conducirían eventualmente a la extinción de la especie.
Ahora
bien, dado que se trata de una sociedad jerarquizada, es de esperarse que los
Chocorocoy no canten todos por igual. En relación con los duetos es, en efecto,
la pareja principal la que los realiza con mayor frecuencia, pudiéndose
«agregar a veces otros miembros del grupo para producir un coro de tres a cinco
individuos». Por otra parte, «dos adultos auxiliares ocasionalmente pueden comenzar
un dueto, pero la pareja principal siempre se les incorporará», salvo en las
infrecuentes ocasiones en que se encuentren muy lejos (Wiley y Wiley, 1977, p.
13).
En cuanto
a las vocalizaciones del tipo WAY, las cuales se utilizan en buena medida para
marcar las jerarquías, los machos llevan la batuta ya que concentran, según
varios estudios realizados, la casi totalidad de tales llamados,
correspondiendo la primacía absoluta al macho principal, el cual, haciendo gala
de su posición encumbrada, llega a efectuar hasta un 85% de los cantos WAY,
dejándole a los machos auxiliares sólo el 12%, con la observación de que los de
mayor edad siempre cantan más que los más jóvenes.
Chocorocoy en un comedero de la Finca La Pomarrosa
vocalizando con fuerza, tal vez para anunciar a los demás miembros de su grupo
que la mesa está servida en la
Casa Grande , o a lo mejor pudiera tratarse de una discusión
sobre a quién le corresponde comer de primero (Fotografía tomada por Eduardo
López)
Frente a tan apabullante
machismo gerontocrático imperante en estos grupos, la hembra principal no tiene
más remedio que ser discreta, efectuando apenas un 3% de las vocalizaciones, en
tanto que las auxiliares ni se atreven a abrir el pico, y si lo hacen siempre
será con disimulo, salvo que lo realicen cuando exploran territorio ajeno o se
enfrascan en una de esas temibles luchas referidas anteriormente por una
vacante dejada por una hembra principal (Price, 2003, p. 168 y 169).
Se puede
concluir entonces que al escuchar los cantos tipo WAY, efectuados casi siempre
dentro del grupo y en tono atenuado, lo más probable es que el emisor sea el
macho principal o el ayudante de mayor rango, ocasionalmente la hembra
principal y excepcionalmente una ayudante. En los duetos, que son como dijimos
cantos más sonoros dirigidos generalmente a oyentes fuera del grupo, se tratará
en principio de una pareja principal, aunque puede darse que algunos auxiliares
se incorporen al despliegue.
De todo
lo anterior podemos colegir que estos pajaritos tan singulares no son nada
difíciles de encontrar y de ver en aquellas zonas que han colonizado, pudiendo
ser fácilmente ubicables auditivamente. Por otra parte, el dormitorio comunal
constituye, según dijimos, un área social en la cual «los miembros del grupo
son encontrados usualmente juntos en el mismo árbol o arbustal», de modo que si
uno se coloca en sus proximidades seguro que tendrá un encuentro cercano con
esta «ave ruidosa y expresiva» que no tiene «absolutamente nada de temerosa»
(Le-Dantec, 2007, p. 1).
Y no se
piense que sólo se le puede hallar en áreas rurales ya que, lejos de sentirse
«poco confortable en las inmediaciones de la gente» como Hilty presuponía
(Hilty, 2003 [2002], p. 693), más bien parece tener una inclinación especial
por los postes del alumbrado público para construir nidos en ellos, así como
por los cables para percharse, acicalarse, hacer despliegues y vocalizar,
además de ser un comensal bastante probable en cualquier comedero artificial
cercano, según habrán podido comprobar en las fotos que ilustran este artículo.
Si usted
aun no lo ha visto, ponga entonces atención a su inconfundible voz y sígala
para que compruebe cuán interesante puede resultar la observación del
sugestivamente extrovertido Cucarachero Chocorocoy.
Fuentes
citadas
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Me identifiqué con el comentario: "la hembra principal no tiene más remedio que ser discreta, efectuando apenas un 3% de las vocalizaciones" jijiji
ResponderBorrarEn Colombia les sacaron cancion
ResponderBorrarLos cucaracheros https://www.google.com/search?kgmid=/g/1s05w272v&hl=es-419&kgs=0897a6ec99e307fa&q=garz%C3%B3n+y+collazos+los+cucaracheros&shndl=0&source=sh/x/kp&entrypoint=sh/x/kp