domingo, 14 de diciembre de 2014

Tucusito rubí
 
Ruby-Topaz Hummingbird
 
Chrysolampis mosquitus
Escrito por Eduardo López
 
Ilustrado con fotografías tomadas por Tomás Fernández, Arthur Grosset y Eduardo López
 
Esta es una versión del original publicado en diciembre de 2010, revisada, corregida y actualizada por el autor
 
Llegó de nuevo el mes de la conmemoración del nacimiento del Niño Dios con todos sus rituales celebratorios y su espíritu de bondad, fraternidad, alegría y esperanza ¡Bienvenido sea!
 
Como es sabido, nuestra Navidad venezolana tiene muchos símbolos y referentes, la mayoría de ellos trasplantados de las tradiciones de Europa y el Medio Oriente que nutrieron por siglos al Cristianismo, tales como el Pesebre o Nacimiento, el Arbolito, la Cena de Navidad o los Reyes Magos, al igual que de mixturas con elementos nativos, entre ellos la Hallaca, el Dulce de Lechosa, las Parrandas de Aguinaldos y muchos más. Algunos son comunes a los pueblos latinoamericanos o a varios de ellos y otros son muy nuestros, encontrándose manifestaciones que abarcan todo el país, o bien sólo algunas regiones o localidades.
 
 En el plano musical destaca, entre otras incorporaciones a nivel nacional, una originada en los fecundos años sesenta del siglo XX representada por esa conocidísima pieza cuyo estribillo dice «Tucusito, tucusito / llévame a cortar las flores / piensa que en las Navidades / se cortan de las mejores» (pueden escucharla completa aquí: http://www.goear.com/listen/30703e1/Tucusito,-Tucusito-los-tucusitos).
 
Esa pegajosa canción navideña comenzó a sonar en las radioemisoras locales allá por diciembre de 1961. Su autor fue un por entonces joven llamado Domingo Higuera, en tanto que la interpretación correspondió a un conjunto infantil del barrio Lídice de Caracas. El tema tuvo tanto éxito que el grupo, creado el 4 de noviembre de 1959 por «Moisés Peña, un maestro de sexto grado de la escuela Crucita Delgado», pronto adoptó el nombre de «Los Tucusitos» para identificarse (Piamo, 2008, p. 14). Desde entonces el conjunto se sumó a la galería de los ya numerosos íconos que han poblado nuestras fiestas decembrinas, y si bien en su más que cincuentenaria trayectoria han logrado pegar muchos otros temas, aquel Tucusito, tucusito sigue siendo el que parece despertar el mayor entusiasmo tanto de las viejas como de las nuevas generaciones.
 
El Tucusito rubí es uno de los tantos colibríes rutilantes que uno puede encontrar en Venezuela. Del color de la cabeza de los machos adultos, como el de la foto, les viene lo de rubí (Fotografía tomada por Tomás Fernández)
 
El macho juvenil del Tucusito rubí tiene la parte superior de la cabeza oscura y la cola violeta apagado que se hace más oscuro en la parte inferior con una banda terminal blanco grisáceo. Tiene un parche en la garganta que expuesto a la luz directa es naranja, aunque en esta toma se ve negruzco con algunos puntos verdes (Fotografía tomada por Eduardo López)
 
Varias razones podrían aducirse para explicar tan resaltante resultado, siendo a nuestro modo de ver una muy importante, vinculada al ambiente contestatario de la época, el hecho de que ese Tucusito, tucusito se saliera del marco de las formas musicales navideñas predominantes hasta entonces, muy emparentadas ellas con el villancico de raíz europea, entrando abiertamente en el terreno más profano de lo que hoy conocemos como Parranda Navideña. Esta suele combinar una sonoridad contagiosa con temas mundanos impregnados de un notorio sabor popular, convirtiendo al Aguinaldo venezolano, en la opinión de esa notable estudiosa del folklore latinoamericano que fuera Isabel Aretz, en algo único, diferente «a todos los cantos navideños» de otros países (Aretz, 1962, p. 122).
 
Por si fuera poco, la pieza incorpora como elemento central a un ave muy común en estos lares tropicales que a todos atrae y embelesa: el Tucusito, conocido también como Colibrí y Chupaflor, hermosos pajaritos con una extraordinaria manera de volar propia sólo de ellos que, según refería Eduardo Röhl, conforman «uno de los grupos más distinguidos entre las aves por sus graciosas y diminutas formas», al igual que por sus «espléndidos colores de visos metálicos» (Röhl, 1956 [1942], p. 274).
 
Los tucusitos se agrupan en una familia de aves exclusivamente americana, llamada Trochilidae, palabra ésta que proviene del «griego trokhilos, un ave pequeña mencionada por Aristóteles, identificada por autores posteriores como una reinita» (Jobling, 1991, p. 237), lo cual hace referencia al pequeño tamaño de la mayoría de los colibríes, entre los cuales se encuentra el Zunzuncito (Mellisuga helenae), llamado también Pájaro mosca y Elfo de las abejas (ver varias fotos y textos aquí: http://www.avianweb.com/beehummingbirds.html), pajarito endémico de Cuba que se destaca por ser no sólo el ave sino también el animal vertebrado de sangre caliente de menor tamaño en el mundo, midiendo el macho apenas cinco centímetros desde la punta del pico hasta la de la cola. Esta familia está integrada por cerca de 350 especies, lo cual la hace la segunda más numerosa después de la Tyrannidae, que reúne a los llamados Atrapamoscas. Venezuela es uno de los países que tienen más especies de colibríes, congregándose dentro de nuestras fronteras un centenar de ellas.
 
Hablando de la etimología del término colibrí un escritor cubano escribía en 1847 que «algunos autores creen que ha sido tomado de la lengua de los Caribes, pero parece más probable que sea derivado del antiguo francés que es una alteración de dos palabras Col-brillant; siendo el cuello la parte más brillante» (Poey, 1847, p. 10). Mucho después Bruno Manara acotaba, en igual sentido, que «la voz colibrí nos llegó de los caribes antillanos por intermedio del francés» (Manara, 2004 [1998], p. 74). En cuanto a la Real Academia Española, nos dice que el sustantivo colibrí es «de origen caribe», sin entrar en honduras sobre su filiación francesa, definiéndolo de modo no muy preciso como un «pájaro americano, insectívoro, de tamaño muy pequeño y pico largo y débil», conocido también como «pájaro mosca» (Real Academia Española, 2001, T. I, p. 588).
 
En cuanto a las voces más autóctonas de tucuso y tucusito, Lisandro Alvarado sostenía que provenían de tucuz, que en la lengua chaima significa «pájaro mosca» (Alvarado, 1984 [1921], p. 365), lo cual fue repetido casi textualmente por Manara, quien confesaba que nada concreto sabía «respecto de lo que significaban culturalmente los colibríes para los indios venezolanos», salvo que «el cerro más alto de la Cordillera del Interior, al sur del valle de Caracas (fácil de reconocer en la actualidad por su corona de antenas de transmisión), lo llamaban Tucusiapón, o Asiento del Tucusito» (Manara, 2004 [1998], p. 75). Hoy día al lugar se le denomina «Alto Hatillo o El Volcán», siendo una suerte que todavía pueda ser considerado el hogar de muchos tucusitos, lo cual se debe en buena medida a la iniciativa tomada por William H. Phelps hijo y su esposa Kathy de fundar allí un parque ecológico para la preservación y observación de la naturaleza que llamaron Topotepuy, sitio bien conocido por los observadores de aves por la gran afluencia de colibríes que tiene. Como todos saben, con el tiempo Tucusiapón se convirtió en el lenguaje popular, sobre todo del caraqueño, en sinónimo de un lugar muy lejano y recóndito, si bien el cerro a que se refiere hace mucho que dejó de ser un sitio remoto para los habitantes de la caótica ciudad de Caracas.
 
A los tucusitos se les dice chupaflores porque se pasan el día de flor en flor chupando el nutritivo néctar que ellas les ofrecen, como lo hace el macho de esta foto, quienes a cambio les sirven de polinizadores (Fotografía tomada por Eduardo López)

El geólogo y etnólogo francés Marc de Civrieux (1919-2003), emigrado a Venezuela en 1939, apuntaba por su parte que los tucusitos «son denominados muy generalmente tuKui en makiritare, tuKuXi y tuKusi en kariña» (Civrieux, 2003 [1974], p. 105), etnias ambas de filiación lingüística caribe. Dicho autor hacía además la precisión interesante de que «otro pájaro muy importante en el universo mágico-religioso makiritare es Coereba flaveola, llamada vulgarmente Reinita» (ver una aquí: http://www.flickr.com/photos/barloventomagico/4009632771/), que aunque pertenece a una familia diferente a la de los tucusitos, «tiene hábitos y características muy semejantes a éstos, y por lo tanto los indígenas la consideran como “familia de los tucusitos” y la llaman Kawaihuma (Padre, o Simiente del Tabaco). Como Kawai, el tabaco, es la planta del poder por excelencia de los shamanes, el espíritu guardián de Kawai es la clave de su poder mágico. Kawaihuma, como los verdaderos tucusitos, se alimenta de néctar y de insectos en las flores; muy pequeño y muy inquieto, se mantiene siempre en movimiento; su plumaje es muy brillante». A pesar de tales similitudes, decía por último Civrieux que «el chupaflor Kawaihuma es nominalmente diferenciado de sus “familiares” a causa de su carácter particularmente sagrado» (Civrieux, 2003 [1974], p. 105).
 
Como ya acotamos, al tucusito también se le dice chupaflor porque eso es lo que hace para obtener el néctar que constituye aproximadamente el 90% de su dieta (Schuchmann, 2006 [2003], p. 323). Dicho nombre no se debe confundir con el de picaflor, término que si bien en el caso de las aves significa «tomar comida con el pico» (Real Academia Española, 2001, T. II, p. 1749), hace igualmente referencia a aquellas especies que no sólo toman el néctar con sus lenguas, sino que, para hacerlo, suelen además romper primero la flor, esterilizándola así, como sucede con el  Picaflor de antifaz (Diglossoppis cyanea) y el azulado (Diglossa caerulescens), llamados por Hilty «Roba néctar» (Hilty, 2003 [2002], p. 781 y 782), los cuales presentan como particularidad «la punta del pico ganchuda y la lengua partida» (pueden ver un picaflor o roba néctar aquí: http://www.flickr.com/photos/barloventomagico/4081965112/). «El pico ganchudo les permite desgarrar con facilidad el cáliz floral, mientras que la lengua partida les facilita la tarea de lamer» (Manara, 2004 [1998], p. 118). Cabe destacar que la ya mencionada Reinita tiene una conducta parecida a la de estos picaflores, robando muchas veces el néctar de las flores de la misma manera (pueden ver a una Reinita haciéndolo aquí: http://www.flickr.com/photos/barloventomagico/2312528347/). Lo que no sabemos es si el autor del aguinaldo en cuestión aludía a la conducta anterior cuando le pedía al Tucusito que lo llevara no a chupar las flores sino a cortarlas, caso en el cual habría debido invitar también a la Reinita como refuerzo.
 
Por cierto que una de las características comunes que comparten los tucusitos con las reinitas y los picaflores o roba néctar es la capacidad, muy rara entre las aves, de digerir la sacarosa, que no es otra cosa que el azúcar blanco común. Casi todas las demás aves, incluidas las de Africa, Europa y Asia, sólo pueden digerir azúcares simples, como la glucosa, ya que la sacarosa y otros disacáridos les producen diarreas casi letales. Ello explica también el por qué las flores del Asia y Africa tropicales suelen tener néctar de glucosa, mientras que las del trópico americano contienen néctares sea de sacarosa o glucosa, o bien de ambos.
 
Estas informaciones fueron proporcionadas en un interesante intercambio hecho en la red OVUM en mayo del 2009 sobre los alimentadores artificiales para colibríes. Quien nos las dio fue el profesor Alejandro Grajal, madrileño emigrado de niño a Venezuela y radicado actualmente en Chicago, Zoólogo amante de la Naturaleza, sobre todo de las aves, a las cuales no sólo estudia sino que también las pinta, autor del retrato en acrílico del Aguila de penacho (Spizaetus ornatus) utilizado como emblema del Primer Congreso Venezolano de Ornitología celebrado en Barquisimeto en julio de 2009 (pueden verla en la foto que está aquí: http://www.flickr.com/photos/barloventomagico/3810819568/ en el recuadro ubicado arriba a la derecha).
 
Pero volviendo a los llamados por Civrieux verdaderos tucusitos, es de destacar que de las 104 especies de colibríes que tenemos en Venezuela sólo siete llevarían ese apelativo y uno el de tucuso, de acuerdo con lo establecido en la lista oficial de Los nombres comunes de las aves de Venezuela publicada por la Unión de Ornitólogos de Venezuela en agosto de 2012 (UVO, 2012, p. 18 a 21).
 
El Tucusito garganta rosa (Chaetocercus  jourdanii) que aparece en la foto de arriba y el Tucusito moradito (Thalunaria furcata), cuyo macho y hembra se ven en las fotos de abajo, son dos de las especies de la familia Trochilidae que portan ese nombre aborigen (Fotografías tomadas por Eduardo López)

Está claro, sin embargo, que cualquier colibrí podría sentirse aludido al escuchar el «Tucusito, tucusito» navideño, ya que para el común de la gente todos ellos son prácticamente el mismo personaje. Más aun, sus marcadas similitudes físicas y de comportamiento los hacen en muchos casos casi indistinguibles unos de otros incluso para un ojo conocedor y experimentado como el de un buen observador de aves. Ello sucede sobre todo en los casos de individuos pertenecientes a especies con parentesco muy cercano, en los cuales son difíciles de percibir a simple vista las pequeñas diferencias que los individualizan. La confusión también se presenta frecuentemente en el caso de las hembras, caracterizadas en su mayoría por su plumaje opaco carente de los coloridos aditamentos ornamentales que suelen exhibir los machos.

La hembra adulta del Tucusito rubí tiene un plumaje menos llamativo que el macho, como sucede con la mayoría de los colibríes. Se distingue de otras especies por su coloración gris ahumado pálido por debajo y su cola rufa con banda subterminal negra y puntas blancas. Por arriba es verde cobrizo brillante (Fotografía tomada por Eduardo López)

Una de las especies famosas por el vistoso colorido del macho es el Tucusito rubí (Chrysolampis mosquitus), el cual varía de acuerdo con la incidencia de la luz sobre el plumaje, hecho que se puede verificar de manera palpable al comparar las fotos que acompañan al presente texto. Ello explica, por cierto, las diferencias entre las descripciones que los autores de las tres principales guías de las aves de Venezuela dan de las dos partes más destacadas de la anatomía del Tucusito rubí, a saber, las plumas de la corona y parte basal del pico y de la nuca y las de la garganta y pecho. Vale referir antes, sin embargo, que Hilty comenzó su descripción advirtiendo que en el campo la coloración del ave «usualmente luce negruzca». En cuanto a las plumas de la cabeza, tanto Phelps y Meyer como Hilty dijeron que son de un «rojo rubí resplandeciente«, agregando Hilty que «generalmente se ve negro», en tanto que Restall y sus colegas hablaron de un «rojo metálico» que, sin embargo, puede parecer «púrpura o negro».

Sobre la garganta y pecho Phelps y Meyer consideraron que son de un color «naranja topacio resplandeciente» mientras que Hilty opinó que es de un «relumbrante anaranjado ígneo (o amarillo o verde dependiendo de la luz)», en tanto que Restall y sus colegas lo calificaron, finalmente, de «subido naranja pálido» que puede «parecer desde dorado reluciente hasta sepia mate». Cabría agregar que para Phelps y Meyer la cola es «castaño rufo», para Hilty «rufo escasamente punteada de negro» y para Restall «anaranjado con puntas negruzcas» (Phelps y Meyer, 1979 [1978], p. 155; Hilty, 2003 [2002], p. 404; Restall et al, 2007 [2006], p. 235).

Este macho muestra la corona rojo rubí que se extiende hasta el borde superior del pico. La garganta se ve en esta foto con tonalidades amarillo brillante y verdoso. La cola es entre rufo y naranja con una estrecha banda terminal negra (Fotografía © Arthur Grosset)

Esa peculiar variabilidad en la coloración de los tucusitos que percibe el observador ha sido bien estudiada, encontrándose que las plumas de estas aves tienen «solamente pigmentos de dos colores: marrón rojizo y negro». Dichas plumas contienen, sin embargo, plaquetas o «gránulos de melamina y burbujas microscópicas de aire que refractan la luz», actuando a la manera de un prisma que la descompone, apareciendo. «los diferentes colores del espectro lumínico. Cuando la luz no alumbra a la pluma iridiscente en el ángulo apropiado, sólo los colores de los pigmentos pueden verse y el ave parece oscura. Pero fije su mirada en las plumas justo en el ángulo correcto y usted presenciará una exhibición de espectaculares, aunque efímeros, colores» (Dunn, 2002, p. 2-3). En el caso de un Tucusito rubí macho usted lo verá pasar, sobre todo si está en movimiento, del rojo encendido al marrón y al negro en la cabeza, al igual que, en la garganta, del dorado al naranja y del amarillo al verde brillantes y al sepia mate, como se evidencia en el video que está aquí: http://ibc.lynxeds.com/video/ruby-topaz-chrysolampis-mosquitus/male-perched-branched-showing-splendid-colors, comprobando así que todos los autores citados en el párrafo anterior tuvieron razón.

Aquí se ve un macho inmaduro con la cabeza negruzca a causa de la falta de iluminación directa sobre ella. Una banda marrón se le ve en la parte inferior del pecho, en tanto que el vientre es naranja y la cola rufa con un estrecho borde terminal negro (Fotografía tomada por Eduardo López)

El macho utiliza sus vistosos colores sobre todo durante el cortejo amoroso, oportunidad en la cual «se le exhibe a la hembra volando rápidamente a su alrededor, desplegando las plumas de la cola y erizando las de la corona» (WikiAves, 2010 [2009], Reprodução; Hilty, 2003 [2002], p. 404). No sabemos si sus llamados los emiten para atraer pareja, pero lo cierto es que son muy sonoros, como los de un pollito de gallina de corral, según se puede apreciar en esta grabación: http://www.xeno-canto.org/sounds/uploaded/MXVQPUKGWW/561_Chrysolampis%20mosquitus_F13_Icapui_21_IV_2005_Thieres%20Pinto.mp3. Luego de aparearse el macho abandona a la hembra, dedicándose ésta a poner e incubar un par de huevos en el pequeño nido que ha construido, en tanto que el macho seguirá intentando seducir a otras hembras mediante el artilugio de deslumbrarlas con las atrevidas piruetas que hacen resaltar su vistoso plumaje, lo cual pone en evidencia la gran vitalidad de que goza, que es en definitiva lo que más interesa a la hembra para garantizarse una prole saludable.

Pero ese exhibicionismo del Tucusito rubí le ha resultado muy contraproducente ya que así también atrajo desde muy antiguo la atención, entre otros, de las gentes supersticiosas, quienes supusieron que, en vista de su éxito amoroso. un pajarito de éstos disecado podía ser un amuleto infalible para asegurarse la conquista de la mujer o del hombre deseados, llevándolos algunos en bolsitas colgadas en el cuello como escapularios y convirtiéndolos otros en polvo para brebajes que supuestamente operarían como filtros de amor. La creencia en el poder seductor que otorgaría la posesión de un colibrí condujo incluso a que, durante la segunda mitad del siglo XIX, se desarrollara un comercio que implicó disecar cientos de miles de ellos con el fin principal de «adornar los vestidos y sombreros de las señoras». En el caso del Tucusito rubí fue tan alta la demanda que, por ejemplo, «una sola entrega contenía 3000 pieles» de estas aves (Schuchmann, 2006 [2003], p. 329).

A los colibríes también se les ha tenido como curativos, encontrándose en un texto del fraile Bernardino de Sahagún (1499-1590) una mención temprana al respecto en la que afirmó que esta avecita era «medicinal, para las bubas, comido, y el que los come nunca tendrá bubas», aunque también advertía que, en contrapartida, «hace estéril al que los come» (Sahagún, 1981 [circa 1530], p. 20). Parece, sin embargo, que la advertencia sobre los efectos secundarios del consumo de colibríes no se difundió mucho o no se le hizo mayor caso ya que tres siglos después el ya citado Andrés Poey asentaba que «en los tiempos de la ignorancia y la superstición se les quiso atribuir una virtud particular y Lémery en su Farmacopea» —libro que fue publicado por primera vez en 1697— «dice que los colibríes son un verdadero específico para curar el reumatismo» (Poey, 1847, p. 9).

Por suerte hoy día hay, para tranquilidad de nuestros hermosos tucusitos, una gran variedad de medicamentos mucho más efectivos para estas y otras dolencias obtenidos por otros medios menos traumáticos. En todo caso, dado que sus plumas son consideradas milagrosas, para quienes todavía creen que los colibríes son sanadores, sea del mal de amores, del mal de ojo o del mal de Alzheimer, lo usual es que se conformen con tener como amuleto unas pocas de ellas, como lo hacían muchos de nuestros indígenas, para lo cual no es necesario matar al inocente pajarito, al contrario de lo que sucedía en el pasado remoto y en el más reciente cuando sus plumas eran utilizadas frecuentemente para fabricar objetos tales como cuadros, joyas y adornos.

Volviendo a lo concerniente a la reproducción del Tucusito rubí, su nido es similar al de otros colibríes, construido en forma de taza o copa con materias vegetales, en particular algodón, reforzado con telas de araña y forrado por fuera con líquenes que buscan mimetizarlo con la rama donde usualmente son colocados (ver una hembra empollando en su nido aquí: http://www.wikiaves.com.br/fotogrande.php?f=197936 y a otra alimentando a sus crías aquí: http://www.wikiaves.com.br/fotogrande.php?f=13043). Pasadas unas dos semanas y media de incubación los polluelos nacen desnudos y ciegos, abriendo los ojos y apareciéndoles las primeras plumas una semana después. Si no sucede ningún percance, luego de unos 25 días de alimentación mediante regurgitación por parte de su madre las crías llegarán a volantones y abandonarán el nido, debiendo aprender a volar y a alimentarse por su propia cuenta y riesgo.

Para dominar el vuelo el Tucusito rubí, al igual que los demás colibríes, tiene que practicar mucho para controlar su extremadamente acelerado batir de alas, en el cual éstas se desplazan en un movimiento rotatorio con la forma del signo ∞ (infinito), que le permite realizar increíbles piruetas. Ello explica que los colibríes sean los únicos animales vertebrados capaces de volar en retroceso, para lo cual «aletean 80 veces por segundo», mientras que al lanzarse en picada pueden llegar a unos «200 aleteos por segundo» (Morin, 2010, p. 3). También pueden volar de lado y verticalmente, lo mismo que, como todos saben, mantenerse fijos en el aire a fuerza de aleteos, técnica que utilizan sobre todo cuando liban néctar de las flores, que como hemos dicho representa su principal alimento, lo mismo que cuando se topan de frente con una persona, cosa que nos ha pasado a muchos, creyendo los antiguos mayas y sus descendientes que lo que hacen es leer nuestros pensamientos y deseos para llevarlos a otras personas, mientras que en Venezuela muchos estamos persuadidos que es nuestro ángel de la guarda que para nuestra tranquilidad quiere hacernos saber que nos está protegiendo.

Dado que de por sí el volar implica unos requerimientos energéticos bastante altos, el hacerlo como estilan los colibríes los incrementa muchísimo más, de modo que tienen que alimentarse continuamente, calculándose que, «para satisfacer sus necesidades energéticas, los colibríes han de consumir néctar de unas 1.000 a 2.000 flores al día» (Schuchmann, 2006 [2003], p. 324). Ello es tan imperioso que si dejan de hacerlo durante una jornada es casi seguro que no verán el siguiente amanecer. Tal hecho explica el carácter pendenciero de casi todos ellos, siendo frecuente que se estacionen muy alertas en la rama de un árbol en floración, libando néctar de tanto en tanto y emprendiéndola con vigor altanero contra cualquier otro que ose acercarse. Algunos pueden adueñarse de esa fuente segura de alimento durante varios días, pero lo usual es que sean desplazados por un individuo más fuerte, sea de su misma especie o de otra.

El Tucusito rubí, cuyo tamaño cercano a los 8 centímetros no lo hace particularmente temible, suele estar entre los desplazados por especies más fornidas. No obstante ello, puede suceder a veces que el árbol atraiga a un bando numeroso de Tucusitos rubíes compuesto de machos y hembras, tanto adultos como inmaduros y juveniles, espectáculo que me ha tocado en suerte presenciar, en cuyo caso se dedicarán a libar con un frenesí tal que da la impresión de que todos van y vienen continuamente esquivando a los demás para dar un breve sorbo sin que ninguno parezca lograr imponerse a los demás, lo cual suele amedrentar a cualquier colibrí de otra especie que ronde por allí, quien, ante tal despelote, sin duda preferirá irse a un lugar menos concurrido.

Lo anterior dura varios días hasta que el árbol o arbusto pierde atractivo para los comensales, desapareciéndose éstos de allí tan súbitamente como llegaron. Podría incluso suceder, dependiendo de la temporada, que los Tucusitos rubíes abandonen no sólo el área sino también la región ya que esta especie parece que migra en determinadas épocas del año sin que se sepa bien todavía por qué lo hace ni el patrón de sus movimientos. Una buena iniciativa dirigida a comenzar a aclarar el tema fue dada por nuestro apreciado David Ascanio en 2009 al recabar información de avistamientos a través de la red OVUM. Entre las hipótesis que formuló a partir de los datos recibidos están, respecto del hábitat, que el Tucusito rubí preferiría las zonas áridas y las de vegetación decidua, y en relación con los desplazamientos se podría inferir que, tanto en los llanos como en los valles interiores costeros, habría migraciones de este a oeste entre finales y comienzos de año y en sentido contrario a mediados de año, siendo posible que también migren en sentido norte-sur y viceversa entre la banda árida costera y los valles interiores costeros. Aunque las causas de estos movimientos no sean muy obvias, no se descarta que, como sucede con la mayoría de las migraciones, tengan alguna relación con la reproducción de la especie y las variaciones en la disponibilidad de alimento. Pero, como bien advierte David, lo único seguro sería que estas hipótesis constituirían apenas el abreboca de una necesaria investigación que devele en algún momento los misteriosos movimientos del hermoso Tucusito rubí.

En lo que sí hay certeza absoluta es que durante la búsqueda y obtención diaria del néctar rico en azúcares que necesita imperiosamente el tucusito para mantenerse activo, éste da a cambio una contribución esencial para la existencia misma de las plantas que generosamente se lo proporcionan. El proceso se inicia al amanecer, cuando el ave, luego de desperezarse, comienza su recorrido cotidiano y se encuentra con la primera flor apta para nutrirlo, metiendo su pico en ella para alcanzar el néctar. En esta operación las plumas de su cabeza se impregnan de polen, que es el elemento masculino de la flor. Al llegar a la flor siguiente no sólo recoge nuevo polen, sino que también transfiere al órgano femenino de dicha flor parte del que traía. Como esto se repite durante cada jornada miles de veces con flores de diferentes especies de plantas, el resultado será que muchas de ellas serán fertilizadas asegurándose de esa manera su reproducción y, por tanto, la preservación de las especies respectivas.

El polen de las flores es amarillo, sucediendo a veces que el Tucusito rubí macho se impregne de tal cantidad de polen durante su jornada diaria que la corona de su cabeza no se vea roja sino amarilla a la luz del sol, como sucedió con el ejemplar que aparece aquí (Fotografía tomada por Eduardo López)

Los tucusitos son pájaros estrictamente diurnos que con el ocaso cesan su actividad alimenticia ya que, como se orientan básicamente con la vista, no están en capacidad de localizar flores en la oscuridad, nicho que explotan otros animales voladores como los murciélagos y las mariposas nocturnas, que por cierto son mucho más numerosas que las diurnas. El sueño de la mayoría de los colibríes es muy profundo, entrando muchos de ellos en una especie de letargo que les permite reducir al mínimo sus requerimientos energéticos. En zoología el nombre técnico para designar ese letargo es torpor, que se define como un «estado fisiológico caracterizado por una gran disminución de los niveles metabólicos y de la temperatura corporal, que puede ser diario, como en los colibríes y los murciélagos, o bien estacional, como en la hibernación de los osos o la estivación de las lombrices». Durante el torpor el tucusito reduce considerablemente, además de la temperatura corporal, el ritmo cardíaco y la respiración. Ahora bien, el ave debe mantener una reserva energética suficiente para lograr revivir, pues al despuntar el alba le sobreviene un despertar nada plácido que «va acompañado de un esfuerzo metabólico bastante repentino e intenso que comporta temblor» (Hill, 1980, p. 155).

No es casual entonces que en los mitos y leyendas de varias culturas americanas colibrí y resurrección aparezcan estrechamente ligados. Por ejemplo, para los taínos que a la llegada de los europeos poblaban las principales islas del Caribe, el colibrí representaba el renacimiento de esa etnia luego de su diáspora. Pero fueron sin duda los Méxica, mejor conocidos como Aztecas, quienes más lo reverenciaron, a tal punto que una de sus principales deidades era Huitzilopochtli, el Dios Colibrí, quien los guió en su gran emigración desde su mítica tierra natal, la norteña Aztlán, hasta un lugar en el sur en que emplazarían su nueva ciudad, la esplendorosa Tenochtitlán, dándoles aquella famosa indicación de que lo hicieran exactamente en un islote en medio de un lago en donde se posase un águila sobre un nopal devorando una serpiente. Huitzitzilín, palabra que designa al Colibrí, es la raíz del nombre Huitzilopochtli, que literalmente sería Colibrí azul del sur, pudiéndose según algunos traducir en lenguaje esotérico náhuatl como alma del guerrero que viene del paraíso, el cual estaba situado al sur y a él iban los guerreros que morían en combate, quienes luego de un tiempo resucitaban convertidos en colibríes, al igual que sucedía con los prisioneros de guerra que eran ofrecidos en sacrificio a Huitzilopochtli para asegurar que el Sol reapareciese todos los días, lo mismo que con las mujeres muertas en el parto.

Por cierto que entre los europeos que vinieron a nuestro continente en plan de conquista hubo quienes creían también en la resurrección de los colibríes. Uno de los más destacados fue el ya citado fraile Bernardino de Sahagún, reputado cronista de la conquista de México y de su mundo indígena, quien lo refirió en un párrafo que dice que estas avecitas «renuévanse cada año: en el tiempo del invierno cuélganse de los árboles por el pico, allí colgados se secan y se les cae la pluma; y cuando el árbol torna a reverdecer él torna a revivir, y tórnale a nacer la pluma, y cuando comienza a tronar para llover despierta y vuela y resucita» (Sahagún, [1530 circa], pág. 20).

Más aun, incluso en nuestra contemporaneidad hay asimismo tucusitos que resucitan. Ello sucede, como sabemos, en estos tiempos navideños cuando por aquí y por allá se escuchan de pronto esas voces infantiles y adolescentes entonando el contagioso Tucusito, tucusito, / llévame a cortar las flores, / piensa que en las Navidades / se cortan de las mejores. /Vuela, vuela, / llévame a cortar las flores.

¡Que Dios los bendiga y que la paz, la armonía, la alegría, la salud y el bienestar llenen todos sus hogares… y que los Tucusitos sigan por siempre alegrándonos la existencia!


Bibliografía citada
 
 
Alvarado, Lisandro. 1984 [1921]. «Glosario de voces indígenas de Venezuela». En: «Obras completas». Tomo I. La Casa de Bello. Caracas.
 
Aretz, Isabel. 1962. «Cantos navideños en el folklore venezolano». Instituto de Folklore del Ministerio de Educación. Caracas.
 
Civrieux, Marc de. 2003 [1974]. «El hombre silvestre ante la naturaleza». Fondo Editorial del Caribe. Barcelona (Venezuela).
 
Comité de Nomenclatura Común de las Aves de Venezuela. 2012. «Los nombres comunes de las aves de Venezuela». Unión Venezolana de Ornitólogos. Caracas. Disponible en: http://lista.ciens.ucv.ve/pipermail/ovum-l/attachments/20120912/9cac9e66/attachment-0001.pdf
 
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