Tucusito rubí
Ruby-Topaz Hummingbird
Chrysolampis mosquitus
Escrito por Eduardo López
Ilustrado con
fotografías tomadas por Tomás Fernández, Arthur Grosset y Eduardo López
Esta es una versión
del original publicado en diciembre de 2010, revisada, corregida y actualizada
por el autor
Llegó de nuevo el mes de la
conmemoración del nacimiento del Niño Dios con todos sus rituales celebratorios
y su espíritu de bondad, fraternidad, alegría y esperanza ¡Bienvenido sea!
El macho juvenil del Tucusito rubí tiene la
parte superior de la cabeza oscura y la cola violeta apagado que se hace más
oscuro en la parte inferior con una banda terminal blanco grisáceo. Tiene un
parche en la garganta que expuesto a la luz directa es naranja, aunque en esta
toma se ve negruzco con algunos puntos verdes (Fotografía tomada por Eduardo
López)
Varias razones podrían aducirse para explicar
tan resaltante resultado, siendo a nuestro modo de ver una muy importante,
vinculada al ambiente contestatario de la época, el hecho de que ese Tucusito,
tucusito se saliera del marco de las formas musicales navideñas predominantes
hasta entonces, muy emparentadas ellas con el villancico de raíz europea,
entrando abiertamente en el terreno más profano de lo que hoy conocemos como
Parranda Navideña. Esta suele combinar una sonoridad contagiosa con temas
mundanos impregnados de un notorio sabor popular, convirtiendo al Aguinaldo
venezolano, en la opinión de esa notable estudiosa del folklore latinoamericano
que fuera Isabel Aretz, en algo único, diferente «a todos los cantos navideños»
de otros países (Aretz, 1962, p. 122).
Por si fuera poco, la pieza incorpora como
elemento central a un ave muy común en estos lares tropicales que a todos atrae
y embelesa: el Tucusito, conocido también como Colibrí y Chupaflor, hermosos
pajaritos con una extraordinaria manera de volar propia sólo de ellos que,
según refería Eduardo Röhl, conforman «uno de los grupos más distinguidos entre
las aves por sus graciosas y diminutas formas», al igual que por sus
«espléndidos colores de visos metálicos» (Röhl, 1956 [1942], p. 274).
Los tucusitos se agrupan en una familia de aves
exclusivamente americana, llamada Trochilidae, palabra ésta que proviene del
«griego trokhilos, un ave pequeña mencionada por Aristóteles, identificada por
autores posteriores como una reinita» (Jobling, 1991, p. 237), lo cual hace
referencia al pequeño tamaño de la mayoría de los colibríes, entre los cuales
se encuentra el Zunzuncito (Mellisuga helenae), llamado también Pájaro mosca y
Elfo de las abejas (ver varias fotos y textos aquí: http://www.avianweb.com/beehummingbirds.html), pajarito endémico de Cuba que se destaca por
ser no sólo el ave sino también el animal vertebrado de sangre caliente de
menor tamaño en el mundo, midiendo el macho apenas cinco centímetros desde la
punta del pico hasta la de la cola. Esta familia está integrada por cerca de
350 especies, lo cual la hace la segunda más numerosa después de la Tyrannidae,
que reúne a los llamados Atrapamoscas. Venezuela es uno de los países que
tienen más especies de colibríes, congregándose dentro de nuestras fronteras un
centenar de ellas.
Hablando de la etimología del término colibrí un
escritor cubano escribía en 1847 que «algunos autores creen que ha sido tomado
de la lengua de los Caribes, pero parece más probable que sea derivado del
antiguo francés que es una alteración de dos palabras Col-brillant; siendo el
cuello la parte más brillante» (Poey, 1847, p. 10). Mucho después Bruno Manara
acotaba, en igual sentido, que «la voz colibrí nos llegó de los caribes
antillanos por intermedio del francés» (Manara, 2004 [1998], p. 74). En cuanto
a la Real Academia Española, nos dice que el sustantivo colibrí es «de origen
caribe», sin entrar en honduras sobre su filiación francesa, definiéndolo de
modo no muy preciso como un «pájaro americano, insectívoro, de tamaño muy
pequeño y pico largo y débil», conocido también como «pájaro mosca» (Real
Academia Española, 2001, T. I, p. 588).
En cuanto a las voces más autóctonas de tucuso y
tucusito, Lisandro Alvarado sostenía que provenían de tucuz, que en la lengua
chaima significa «pájaro mosca» (Alvarado, 1984 [1921], p. 365), lo cual fue
repetido casi textualmente por Manara, quien confesaba que nada concreto sabía
«respecto de lo que significaban culturalmente los colibríes para los indios
venezolanos», salvo que «el cerro más alto de la Cordillera del Interior, al
sur del valle de Caracas (fácil de reconocer en la actualidad por su corona de
antenas de transmisión), lo llamaban Tucusiapón, o Asiento del Tucusito» (Manara,
2004 [1998], p. 75). Hoy día al lugar se le denomina «Alto Hatillo o El
Volcán», siendo una suerte que todavía pueda ser considerado el hogar de muchos
tucusitos, lo cual se debe en buena medida a la iniciativa tomada por William
H. Phelps hijo y su esposa Kathy de fundar allí un parque ecológico para la
preservación y observación de la naturaleza que llamaron Topotepuy, sitio bien
conocido por los observadores de aves por la gran afluencia de colibríes que
tiene. Como todos saben, con el tiempo Tucusiapón se convirtió en el lenguaje
popular, sobre todo del caraqueño, en sinónimo de un lugar muy lejano y
recóndito, si bien el cerro a que se refiere hace mucho que dejó de ser un
sitio remoto para los habitantes de la caótica ciudad de Caracas.
A los tucusitos se les dice chupaflores porque
se pasan el día de flor en flor chupando el nutritivo néctar que ellas les
ofrecen, como lo hace el macho de esta foto, quienes a cambio les sirven de
polinizadores (Fotografía tomada por Eduardo López)
Pero volviendo a los llamados
por Civrieux verdaderos tucusitos, es de destacar que de las 104 especies de
colibríes que tenemos en Venezuela sólo siete llevarían ese apelativo y uno el
de tucuso, de acuerdo con lo establecido en la lista oficial de Los nombres comunes de las aves de Venezuela
publicada por la Unión de Ornitólogos de Venezuela en agosto de 2012 (UVO,
2012, p. 18 a 21).
El Tucusito garganta rosa (Chaetocercus jourdanii) que
aparece en la foto de arriba y el Tucusito moradito (Thalunaria furcata), cuyo macho y hembra se ven en las fotos de
abajo, son dos de las especies de la familia Trochilidae que portan ese nombre aborigen (Fotografías tomadas por
Eduardo López)
Está claro, sin embargo, que cualquier colibrí podría sentirse aludido al escuchar el «Tucusito, tucusito» navideño, ya que para el común de la gente todos ellos son prácticamente el mismo personaje. Más aun, sus marcadas similitudes físicas y de comportamiento los hacen en muchos casos casi indistinguibles unos de otros incluso para un ojo conocedor y experimentado como el de un buen observador de aves. Ello sucede sobre todo en los casos de individuos pertenecientes a especies con parentesco muy cercano, en los cuales son difíciles de percibir a simple vista las pequeñas diferencias que los individualizan. La confusión también se presenta frecuentemente en el caso de las hembras, caracterizadas en su mayoría por su plumaje opaco carente de los coloridos aditamentos ornamentales que suelen exhibir los machos.
La hembra adulta del Tucusito rubí tiene un plumaje menos llamativo que el macho, como sucede con la mayoría de los colibríes. Se distingue de otras especies por su coloración gris ahumado pálido por debajo y su cola rufa con banda subterminal negra y puntas blancas. Por arriba es verde cobrizo brillante (Fotografía tomada por Eduardo López)
Una de las especies famosas por el vistoso colorido del macho es el Tucusito rubí (Chrysolampis mosquitus), el cual varía de acuerdo con la incidencia de la luz sobre el plumaje, hecho que se puede verificar de manera palpable al comparar las fotos que acompañan al presente texto. Ello explica, por cierto, las diferencias entre las descripciones que los autores de las tres principales guías de las aves de Venezuela dan de las dos partes más destacadas de la anatomía del Tucusito rubí, a saber, las plumas de la corona y parte basal del pico y de la nuca y las de la garganta y pecho. Vale referir antes, sin embargo, que Hilty comenzó su descripción advirtiendo que en el campo la coloración del ave «usualmente luce negruzca». En cuanto a las plumas de la cabeza, tanto Phelps y Meyer como Hilty dijeron que son de un «rojo rubí resplandeciente«, agregando Hilty que «generalmente se ve negro», en tanto que Restall y sus colegas hablaron de un «rojo metálico» que, sin embargo, puede parecer «púrpura o negro».
Sobre la garganta y pecho Phelps y Meyer consideraron que son de un color «naranja topacio resplandeciente» mientras que Hilty opinó que es de un «relumbrante anaranjado ígneo (o amarillo o verde dependiendo de la luz)», en tanto que Restall y sus colegas lo calificaron, finalmente, de «subido naranja pálido» que puede «parecer desde dorado reluciente hasta sepia mate». Cabría agregar que para Phelps y Meyer la cola es «castaño rufo», para Hilty «rufo escasamente punteada de negro» y para Restall «anaranjado con puntas negruzcas» (Phelps y Meyer, 1979 [1978], p. 155; Hilty, 2003 [2002], p. 404; Restall et al, 2007 [2006], p. 235).
Este macho muestra la corona rojo rubí que se extiende hasta el borde superior del pico. La garganta se ve en esta foto con tonalidades amarillo brillante y verdoso. La cola es entre rufo y naranja con una estrecha banda terminal negra (Fotografía © Arthur Grosset)
Esa peculiar variabilidad en la coloración de los tucusitos que percibe el observador ha sido bien estudiada, encontrándose que las plumas de estas aves tienen «solamente pigmentos de dos colores: marrón rojizo y negro». Dichas plumas contienen, sin embargo, plaquetas o «gránulos de melamina y burbujas microscópicas de aire que refractan la luz», actuando a la manera de un prisma que la descompone, apareciendo. «los diferentes colores del espectro lumínico. Cuando la luz no alumbra a la pluma iridiscente en el ángulo apropiado, sólo los colores de los pigmentos pueden verse y el ave parece oscura. Pero fije su mirada en las plumas justo en el ángulo correcto y usted presenciará una exhibición de espectaculares, aunque efímeros, colores» (Dunn, 2002, p. 2-3). En el caso de un Tucusito rubí macho usted lo verá pasar, sobre todo si está en movimiento, del rojo encendido al marrón y al negro en la cabeza, al igual que, en la garganta, del dorado al naranja y del amarillo al verde brillantes y al sepia mate, como se evidencia en el video que está aquí: http://ibc.lynxeds.com/video/ruby-topaz-chrysolampis-mosquitus/male-perched-branched-showing-splendid-colors, comprobando así que todos los autores citados en el párrafo anterior tuvieron razón.
Aquí se ve un macho inmaduro con la cabeza negruzca a causa de la falta de iluminación directa sobre ella. Una banda marrón se le ve en la parte inferior del pecho, en tanto que el vientre es naranja y la cola rufa con un estrecho borde terminal negro (Fotografía tomada por Eduardo López)
El macho utiliza sus vistosos colores sobre todo durante el cortejo amoroso, oportunidad en la cual «se le exhibe a la hembra volando rápidamente a su alrededor, desplegando las plumas de la cola y erizando las de la corona» (WikiAves, 2010 [2009], Reprodução; Hilty, 2003 [2002], p. 404). No sabemos si sus llamados los emiten para atraer pareja, pero lo cierto es que son muy sonoros, como los de un pollito de gallina de corral, según se puede apreciar en esta grabación: http://www.xeno-canto.org/sounds/uploaded/MXVQPUKGWW/561_Chrysolampis%20mosquitus_F13_Icapui_21_IV_2005_Thieres%20Pinto.mp3. Luego de aparearse el macho abandona a la hembra, dedicándose ésta a poner e incubar un par de huevos en el pequeño nido que ha construido, en tanto que el macho seguirá intentando seducir a otras hembras mediante el artilugio de deslumbrarlas con las atrevidas piruetas que hacen resaltar su vistoso plumaje, lo cual pone en evidencia la gran vitalidad de que goza, que es en definitiva lo que más interesa a la hembra para garantizarse una prole saludable.
Pero ese exhibicionismo del Tucusito rubí le ha resultado muy contraproducente ya que así también atrajo desde muy antiguo la atención, entre otros, de las gentes supersticiosas, quienes supusieron que, en vista de su éxito amoroso. un pajarito de éstos disecado podía ser un amuleto infalible para asegurarse la conquista de la mujer o del hombre deseados, llevándolos algunos en bolsitas colgadas en el cuello como escapularios y convirtiéndolos otros en polvo para brebajes que supuestamente operarían como filtros de amor. La creencia en el poder seductor que otorgaría la posesión de un colibrí condujo incluso a que, durante la segunda mitad del siglo XIX, se desarrollara un comercio que implicó disecar cientos de miles de ellos con el fin principal de «adornar los vestidos y sombreros de las señoras». En el caso del Tucusito rubí fue tan alta la demanda que, por ejemplo, «una sola entrega contenía 3000 pieles» de estas aves (Schuchmann, 2006 [2003], p. 329).
A los colibríes también se les ha tenido como curativos, encontrándose en un texto del fraile Bernardino de Sahagún (1499-1590) una mención temprana al respecto en la que afirmó que esta avecita era «medicinal, para las bubas, comido, y el que los come nunca tendrá bubas», aunque también advertía que, en contrapartida, «hace estéril al que los come» (Sahagún, 1981 [circa 1530], p. 20). Parece, sin embargo, que la advertencia sobre los efectos secundarios del consumo de colibríes no se difundió mucho o no se le hizo mayor caso ya que tres siglos después el ya citado Andrés Poey asentaba que «en los tiempos de la ignorancia y la superstición se les quiso atribuir una virtud particular y Lémery en su Farmacopea» —libro que fue publicado por primera vez en 1697— «dice que los colibríes son un verdadero específico para curar el reumatismo» (Poey, 1847, p. 9).
Por suerte hoy día hay, para tranquilidad de nuestros hermosos tucusitos, una gran variedad de medicamentos mucho más efectivos para estas y otras dolencias obtenidos por otros medios menos traumáticos. En todo caso, dado que sus plumas son consideradas milagrosas, para quienes todavía creen que los colibríes son sanadores, sea del mal de amores, del mal de ojo o del mal de Alzheimer, lo usual es que se conformen con tener como amuleto unas pocas de ellas, como lo hacían muchos de nuestros indígenas, para lo cual no es necesario matar al inocente pajarito, al contrario de lo que sucedía en el pasado remoto y en el más reciente cuando sus plumas eran utilizadas frecuentemente para fabricar objetos tales como cuadros, joyas y adornos.
Volviendo a lo concerniente a la reproducción del Tucusito rubí, su nido es similar al de otros colibríes, construido en forma de taza o copa con materias vegetales, en particular algodón, reforzado con telas de araña y forrado por fuera con líquenes que buscan mimetizarlo con la rama donde usualmente son colocados (ver una hembra empollando en su nido aquí: http://www.wikiaves.com.br/fotogrande.php?f=197936 y a otra alimentando a sus crías aquí: http://www.wikiaves.com.br/fotogrande.php?f=13043). Pasadas unas dos semanas y media de incubación los polluelos nacen desnudos y ciegos, abriendo los ojos y apareciéndoles las primeras plumas una semana después. Si no sucede ningún percance, luego de unos 25 días de alimentación mediante regurgitación por parte de su madre las crías llegarán a volantones y abandonarán el nido, debiendo aprender a volar y a alimentarse por su propia cuenta y riesgo.
Para dominar el vuelo el Tucusito rubí, al igual que los demás colibríes, tiene que practicar mucho para controlar su extremadamente acelerado batir de alas, en el cual éstas se desplazan en un movimiento rotatorio con la forma del signo ∞ (infinito), que le permite realizar increíbles piruetas. Ello explica que los colibríes sean los únicos animales vertebrados capaces de volar en retroceso, para lo cual «aletean 80 veces por segundo», mientras que al lanzarse en picada pueden llegar a unos «200 aleteos por segundo» (Morin, 2010, p. 3). También pueden volar de lado y verticalmente, lo mismo que, como todos saben, mantenerse fijos en el aire a fuerza de aleteos, técnica que utilizan sobre todo cuando liban néctar de las flores, que como hemos dicho representa su principal alimento, lo mismo que cuando se topan de frente con una persona, cosa que nos ha pasado a muchos, creyendo los antiguos mayas y sus descendientes que lo que hacen es leer nuestros pensamientos y deseos para llevarlos a otras personas, mientras que en Venezuela muchos estamos persuadidos que es nuestro ángel de la guarda que para nuestra tranquilidad quiere hacernos saber que nos está protegiendo.
Dado que de por sí el volar implica unos requerimientos energéticos bastante altos, el hacerlo como estilan los colibríes los incrementa muchísimo más, de modo que tienen que alimentarse continuamente, calculándose que, «para satisfacer sus necesidades energéticas, los colibríes han de consumir néctar de unas 1.000 a 2.000 flores al día» (Schuchmann, 2006 [2003], p. 324). Ello es tan imperioso que si dejan de hacerlo durante una jornada es casi seguro que no verán el siguiente amanecer. Tal hecho explica el carácter pendenciero de casi todos ellos, siendo frecuente que se estacionen muy alertas en la rama de un árbol en floración, libando néctar de tanto en tanto y emprendiéndola con vigor altanero contra cualquier otro que ose acercarse. Algunos pueden adueñarse de esa fuente segura de alimento durante varios días, pero lo usual es que sean desplazados por un individuo más fuerte, sea de su misma especie o de otra.
El Tucusito rubí, cuyo tamaño cercano a los 8 centímetros no lo hace particularmente temible, suele estar entre los desplazados por especies más fornidas. No obstante ello, puede suceder a veces que el árbol atraiga a un bando numeroso de Tucusitos rubíes compuesto de machos y hembras, tanto adultos como inmaduros y juveniles, espectáculo que me ha tocado en suerte presenciar, en cuyo caso se dedicarán a libar con un frenesí tal que da la impresión de que todos van y vienen continuamente esquivando a los demás para dar un breve sorbo sin que ninguno parezca lograr imponerse a los demás, lo cual suele amedrentar a cualquier colibrí de otra especie que ronde por allí, quien, ante tal despelote, sin duda preferirá irse a un lugar menos concurrido.
Lo anterior dura varios días hasta que el árbol o arbusto pierde atractivo para los comensales, desapareciéndose éstos de allí tan súbitamente como llegaron. Podría incluso suceder, dependiendo de la temporada, que los Tucusitos rubíes abandonen no sólo el área sino también la región ya que esta especie parece que migra en determinadas épocas del año sin que se sepa bien todavía por qué lo hace ni el patrón de sus movimientos. Una buena iniciativa dirigida a comenzar a aclarar el tema fue dada por nuestro apreciado David Ascanio en 2009 al recabar información de avistamientos a través de la red OVUM. Entre las hipótesis que formuló a partir de los datos recibidos están, respecto del hábitat, que el Tucusito rubí preferiría las zonas áridas y las de vegetación decidua, y en relación con los desplazamientos se podría inferir que, tanto en los llanos como en los valles interiores costeros, habría migraciones de este a oeste entre finales y comienzos de año y en sentido contrario a mediados de año, siendo posible que también migren en sentido norte-sur y viceversa entre la banda árida costera y los valles interiores costeros. Aunque las causas de estos movimientos no sean muy obvias, no se descarta que, como sucede con la mayoría de las migraciones, tengan alguna relación con la reproducción de la especie y las variaciones en la disponibilidad de alimento. Pero, como bien advierte David, lo único seguro sería que estas hipótesis constituirían apenas el abreboca de una necesaria investigación que devele en algún momento los misteriosos movimientos del hermoso Tucusito rubí.
En lo que sí hay certeza absoluta es que durante la búsqueda y obtención diaria del néctar rico en azúcares que necesita imperiosamente el tucusito para mantenerse activo, éste da a cambio una contribución esencial para la existencia misma de las plantas que generosamente se lo proporcionan. El proceso se inicia al amanecer, cuando el ave, luego de desperezarse, comienza su recorrido cotidiano y se encuentra con la primera flor apta para nutrirlo, metiendo su pico en ella para alcanzar el néctar. En esta operación las plumas de su cabeza se impregnan de polen, que es el elemento masculino de la flor. Al llegar a la flor siguiente no sólo recoge nuevo polen, sino que también transfiere al órgano femenino de dicha flor parte del que traía. Como esto se repite durante cada jornada miles de veces con flores de diferentes especies de plantas, el resultado será que muchas de ellas serán fertilizadas asegurándose de esa manera su reproducción y, por tanto, la preservación de las especies respectivas.
El polen de las flores es amarillo, sucediendo a veces que el Tucusito rubí macho se impregne de tal cantidad de polen durante su jornada diaria que la corona de su cabeza no se vea roja sino amarilla a la luz del sol, como sucedió con el ejemplar que aparece aquí (Fotografía tomada por Eduardo López)
Los tucusitos son pájaros estrictamente diurnos que con el ocaso cesan su actividad alimenticia ya que, como se orientan básicamente con la vista, no están en capacidad de localizar flores en la oscuridad, nicho que explotan otros animales voladores como los murciélagos y las mariposas nocturnas, que por cierto son mucho más numerosas que las diurnas. El sueño de la mayoría de los colibríes es muy profundo, entrando muchos de ellos en una especie de letargo que les permite reducir al mínimo sus requerimientos energéticos. En zoología el nombre técnico para designar ese letargo es torpor, que se define como un «estado fisiológico caracterizado por una gran disminución de los niveles metabólicos y de la temperatura corporal, que puede ser diario, como en los colibríes y los murciélagos, o bien estacional, como en la hibernación de los osos o la estivación de las lombrices». Durante el torpor el tucusito reduce considerablemente, además de la temperatura corporal, el ritmo cardíaco y la respiración. Ahora bien, el ave debe mantener una reserva energética suficiente para lograr revivir, pues al despuntar el alba le sobreviene un despertar nada plácido que «va acompañado de un esfuerzo metabólico bastante repentino e intenso que comporta temblor» (Hill, 1980, p. 155).
No es casual entonces que en los mitos y leyendas de varias culturas americanas colibrí y resurrección aparezcan estrechamente ligados. Por ejemplo, para los taínos que a la llegada de los europeos poblaban las principales islas del Caribe, el colibrí representaba el renacimiento de esa etnia luego de su diáspora. Pero fueron sin duda los Méxica, mejor conocidos como Aztecas, quienes más lo reverenciaron, a tal punto que una de sus principales deidades era Huitzilopochtli, el Dios Colibrí, quien los guió en su gran emigración desde su mítica tierra natal, la norteña Aztlán, hasta un lugar en el sur en que emplazarían su nueva ciudad, la esplendorosa Tenochtitlán, dándoles aquella famosa indicación de que lo hicieran exactamente en un islote en medio de un lago en donde se posase un águila sobre un nopal devorando una serpiente. Huitzitzilín, palabra que designa al Colibrí, es la raíz del nombre Huitzilopochtli, que literalmente sería Colibrí azul del sur, pudiéndose según algunos traducir en lenguaje esotérico náhuatl como alma del guerrero que viene del paraíso, el cual estaba situado al sur y a él iban los guerreros que morían en combate, quienes luego de un tiempo resucitaban convertidos en colibríes, al igual que sucedía con los prisioneros de guerra que eran ofrecidos en sacrificio a Huitzilopochtli para asegurar que el Sol reapareciese todos los días, lo mismo que con las mujeres muertas en el parto.
Por cierto que entre los europeos que vinieron a nuestro continente en plan de conquista hubo quienes creían también en la resurrección de los colibríes. Uno de los más destacados fue el ya citado fraile Bernardino de Sahagún, reputado cronista de la conquista de México y de su mundo indígena, quien lo refirió en un párrafo que dice que estas avecitas «renuévanse cada año: en el tiempo del invierno cuélganse de los árboles por el pico, allí colgados se secan y se les cae la pluma; y cuando el árbol torna a reverdecer él torna a revivir, y tórnale a nacer la pluma, y cuando comienza a tronar para llover despierta y vuela y resucita» (Sahagún, [1530 circa], pág. 20).
Más aun, incluso en nuestra contemporaneidad hay asimismo tucusitos que resucitan. Ello sucede, como sabemos, en estos tiempos navideños cuando por aquí y por allá se escuchan de pronto esas voces infantiles y adolescentes entonando el contagioso Tucusito, tucusito, / llévame a cortar las flores, / piensa que en las Navidades / se cortan de las mejores. /Vuela, vuela, / llévame a cortar las flores.
¡Que Dios los bendiga y que la paz, la armonía, la alegría, la salud y el bienestar llenen todos sus hogares… y que los Tucusitos sigan por siempre alegrándonos la existencia!
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