Turpial
Troupial, Venezuelan Troupial
Icterus
icterus
Escrito por Eduardo López
Ilustrado con pinturas de Walter Arp, Kathlyn Deery
de Phelps, Tim Worfolk y François Nicolas Martinet y fotografías tomadas por Lorenzo
Calcaño, Carolyn747, Carolina Tosta, Arthur Gosset, José Luis Mateo, Alberto
Espinoza y Eduardo López
Esta es una versión
del original publicado en mayo de 2009 corregida y
actualizada por el autor
Para quien se proponga hacer
un recorrido por el rico mundo de la avifauna venezolana una buena manera de
comenzar sería con el ave emblemática nacional, no sólo por su sitial en
nuestra iconografía sino también porque en ella se reúne mucho de lo que más
nos atrae a los humanos de estos extraordinarios seres voladores, en particular
su recia personalidad adornada de colores hermosos y canto risueño.
Esa ave, como todos deben
saber, no es otra que el Turpial (Icterus icterus), conocido también
como trupial y turupial en tiempos pasados, nombre este último
que pervive en el medio rural de varias zonas del país en tanto que el primero
se convirtió en troupiale en idioma francés, como veremos de inmediato, trupiale
en italiano y troupial en inglés, manteniéndose el trupial
original en otras lenguas como, por ejemplo, en alemán, checo, eslovaco y noruego
(Avivase, 2013).
Nuestro
Turpial cuenta, entre los rasgos más destacados que lo identifican, el ojo
amarillo rodeado de una piel ocular azul que se proyecta hacia atrás como punta
de lanza, lo mismo que las plumas negras de la garganta lanceoladas hacia abajo
y el pico puntiagudo. El ejemplar de la foto, fotografiado en Barlovento,
estado Miranda, pertenece a la subespecie Icterus
icterus icterus. El ave ha erizado las plumas de la garganta y pecho en una
exhibición que incluye además el despliegue de la cola y una ligera elevación
de las alas. Lugar: Finca La
Pomarrosa , Barlovento, estado Miranda. Subespecie Icterus icterus icterus (Fotografía
tomada por Eduardo López)
El Turpial de los caribes
Se ha sostenido que el
nombre del Turpial sería onomatopéyico, por cuanto habría sido creado como una
imitación del canto del ave. Cabe citar al respecto a ese ameno divulgador de
temas relacionados con nuestra fauna y flora llamado Bruno Manara, quien afirmó
que el canto del Turpial «suena aproximadamente: turu-pío, turu-pío..., y de él
deriva el nombre de turpial o turupial» (Manara, 2004 [1998], p. 20). Restall,
Rodner y Lentino fueron un poco más allá al afirmar que «el nombre es
onomatopéyico en español y en inglés, originado en su fuerte y musical canto repetitivo
silbado tru-pial… tru-nota corta pi-nota alta y al-nota más baja» (Restall et al, 2007 [2006], Vol. 1, p.
753). Esa onomatopeya debió surgir en algún momento de nuestro pasado indígena,
ya que, según asentaba ese incansable escudriñador de nuestras raíces que fuera
don Lisandro Alvarado, ambos nombres son «formas que provienen de diversos
idiomas indígenas: turpiára o turupiára en lengua caribe y
tamanaca» (Alvarado, 1984 [1921], p. 370).
Ha habido, sin embargo,
quienes buscando lo que no se les había perdido, voltearon la tortilla y le
otorgaron origen francés a la palabra, afirmando que provenía «de troupiale,
derivado de troupe, tropa, porque los trupiales forman bandadas
numerosas». Semejante afirmación resultó ser sin duda un desaguisado ornitológico,
ya que los turpiales —o al menos los de Venezuela— en realidad andan usualmente
solos o en pareja, y como mucho en familia, pero nunca en bandos y mucho menos
si son numerosos. En cuanto a lo etimológico, el prestigioso filólogo
venezolano de origen polaco que fuera Angel Rosenblat hubo de salirle
mordazmente al paso al exabrupto cuando opinó que «esa etimología, que aparece
en textos muy serios, tiene todos los aires de ser una fantasía humorística, o
por lo menos cómica» (Rosenblat, 1974 [1957], T. III, p. 245).
Seguramente fue por pena
ajena que el creador del Instituto de Filología Andrés Bello de la Universidad Central
de Venezuela no quiso señalar que la autoría del chiste correspondía a la Real Academia
Española, que lo incorporó a su Diccionario de la lengua española en su
edición de 1914 y así lo mantuvo hasta 1985 (Arteaga, 2008). Pero como errar es
de humanos y merece crédito quien para bien rectifica, debemos dar
reconocimiento al hecho de que en la 22ª edición aparecida en 2001 haya sido
adoptada por fin la referida tesis de Lisandro Alvarado sobre el origen de la
palabra al decir, tanto en la voz Turpial como en Turupial, que
provienen «del caribe turpiara» (Real Academia, 2001, T. II, p. 2246 y
2247).
En realidad, no podía caber
duda, ya que, según aducía Rosenblat, «la forma troupiale aparece por
primera vez en francés en 1760, en la terminología del naturalista Brisson, el
creador del género Icterus. Pero el nombre ya tenía doscientos años de
vida castellana» (Rosenblat, 1974 [1957], T. III, p. 245). En efecto, la
primera referencia escrita conocida sobre nuestro Turpial por parte de los
europeos fue hecha, hasta donde sabemos, en 1578 por Juan de Pimentel,
Gobernador y Capitán General de la
Provincia de Venezuela, en una famosa relación solicitada por
el Rey en la cual el referido personaje mencionó, entre los animales que había
en la Provincia ,
a un «pájaro llamado turpiare, amarillo y negro», sin proporcionar más
detalles (Pimentel, 1964 [1578], p. 132). Igual denominación de turpiare
le daría en 1647 Fray Jacinto de Carvajal, uno de los primeros curas cronistas
de Indias, en su Relación del descubrimiento del Río Apure, palabra que
Rosenblat aseguró que «tenía que hacerse turpial por lo que llamamos
disimilación de r-r (del mismo modo que árbore, cárcere, mármore
son hoy árbol, cárcel, mármol)» (Rosenblat, 1974 [1957],
T. III, p. 246).
En 1690, es decir, 43 años
después de lo dicho por Fray Jacinto, otro religioso cronista, de nombre Matías
Ruiz Blanco, se explayó un poco más, aunque utilizó para designar al ave un
nombre diferente, que a lo mejor era el que utilizaban los indígenas del lugar.
En concreto refirió que, entre las aves de Píritu (en el actual estado
Anzoátegui), había «otra casta de pájaros de música… que llaman turicha,
del tamaño de los cardenales. Tienen las alas blancas y negras, el pecho negro
y lo restante del cuerpo naranjado». Luego señaló lo que sería el atributo tal
vez más resaltante que lo ha convertido en una de las aves venezolanas más
populares, cuando aseguró que «son grandes cantores y de mucho brío y corazón»,
como se puede apreciar bien en una grabación de su canto que se puede escuchar al
final de la sección «Símbolos Nacionales» del sitio siguiente: http://www.embavenelibano.com/v000017s.html
Agregó Matías
Ruiz que dichas aves «se encrespan y
pelean con los gallos. Puestos en la mano se encrespan y cantan. Andan sueltos
y vienen a comer a la mesa. Limpian con el pico los dientes de una persona, y
hacen tantos embustes que ocasionan notable diversión». Relató, por último, que
había criado «uno de estos animalejos» que dormía con él y era su «despertador
dos horas antes del día, a cuya hora se sacudía las alas y cantaba como los gallos»
hasta despabilarlo, lo cual alegraba sobremanera al fraile, pues creía que el
ave lo hacía para alentarlo a «alabar a Dios» y reprenderlo por su «descuido y
pereza» (Ruiz, 1965 [1690], p. 35).
En esta
toma se ve un ejemplar de la subespecie Icterus
icterus icterus fotografiado en Puerto Píritu, estado Anzoátegui, que se
ajusta a la descripción hecha por el cronista Matías Ruiz Blanco (Fotografía
tomada por Eduardo López)
En 1779 otro fraile cronista
llamado Antonio Caulín, siguiendo una práctica plagiaria muy usual aceptada sin
rubor alguno hasta el siglo XIX, copió casi textualmente, aunque sin citarlo,
lo dicho por Ruiz, pero dándole al ave su nombre actual de Turpial y
agregando que eran «dóciles en domesticarse» y que entre las «otras mil monerías»
que hacían estaba la de quitar «la caspa de la cabeza» (Caulín, 1992 [1779], p.
50). Por la misma época Antonio de Alcedo, autor de un reputado Diccionario
Geográfico Histórico de las Indias Occidentales o América publicado entre
1786 y 1789, también transcribió lo ya dicho por Ruiz un siglo antes, pero
aclarando que Turpial era «lo mismo que Turicha» (Alcedo, 1988
[1786-1789], p. 280-281). En cuanto a la forma derivada Turupial,
apareció escrita algunos años antes, específicamente en 1764, en un librito,
hoy día bastante conocido, de la autoría de un comerciante de nombre José Luis
de Cisneros, donde éste señalaba que en Venezuela había «muchos, y varios
Pájaros de Jaula canoros, y de diversos colores», mencionando en primer lugar
«unos de color amarillo, y negro, que llaman Turupiales» (Cisneros, 1981
[1779], p. 97).
Canto sin horario fijo
Antes de continuar, debe
aclararse que los turpiales amarillos son los juveniles, ya que en los adultos
el plumaje suele tirar hacia el anaranjado, que puede hacerse un poquito más
tenue del vientre hacia abajo, incluidos los muslos. Tan anaranjados son algunos
ejemplares, como se evidencia en las fotografías que ilustran este artículo, que,
según recuerdo con nostalgia, hace años se expendía en los abastos y supermercados
un excelente concentrado de pulpa de naranjas de coloración encendida que se
fabricaba en Caripe, Estado Monagas, para el cual se adoptó atinadamente como
marca comercial la de Turpial.
Este ejemplar
es un juvenil de Icterus icterus icterus
fotografiado en Calabozo, estado Guárico, que presenta todavía un plumaje
amarillo tenue, carente de las tonalidades anaranjadas características de los
adultos (Fotografía tomada por Lorenzo Calcaño)
Cabe precisar igualmente que
los turpiales, aunque puedan cantar al amanecer o incluso antes, según vimos
que aseguraba el fraile Matías Ruiz Blanco, se caracterizan por emitir sus
llamados y fraseos a cualquier hora del día. La literatura venezolana, que ha
tenido al Turpial como uno de sus animales consentidos, no podía dejar de
reflejar tal hecho. Así por ejemplo, entre los que colocaron al Turpial como
heraldo del despuntar del día encontramos a un autor muy consagrado, como lo
fuera el caraqueño José Antonio de Armas Chitty, cuando en su poema titulado Pueblo
de abejas y turpiales dijo que «abren los cundeamores sus cofres amarillos
/ y el día se despierta en los turpiales» (Armas, 1968, p. 54), lo mismo que un
modesto bardo llamado Hermes Delgado, nacido en El Clavo, un pueblito perdido
de Barlovento, en su poema titulado De aquel canto delicioso, al señalar
que «me desperté una mañana / oyendo un dulce cantar, / de un jilguero y un
turpial / que solfeaban una diana» (Delgado, 1956, p. 23).
Mirandino como Delgado, pero
de los Valles del Tuy, específicamente de Cúa, era el también poeta Juan
España, quien en la primera estrofa de uno de sus sonetos, titulado Mediodía,
puso al Turpial a cantar en lo que se conoce vulgarmente como la «hora del
burro» cuando dijo que «La tierra con anhelos maternales / en un sueño de amor
se despereza. / En las auras palpita la terneza / y en el tosco flautín de los
turpiales» (España, 1988 [1926], p. 77). Ese tropo de la flauta en relación con
los turpiales parece que estuvo de moda por esos tiempos ya que muchos autores
lo utilizaron, incluido un escritor contemporáneo de Juan España, aunque de
fama incomparable, puesto que se trataba nada menos que de Rómulo Gallegos,
quien lo incluyó en un inspirado párrafo ubicado al comienzo de su novela
«Canaima» que merece ser citado in extenso, en el cual daba cuenta fiel
de parte de la variadísima avifauna que se puede ver en un atardecer guayanés,
poniendo a cantar al Turpial en tal horario. Lo que escribió el reputado
novelista caraqueño reza así:
«Ya
vuelve, con la prodigiosa riqueza de sus matices envueltos en la suave
tonalidad de una luz incomparable, hecha con los más vivos destellos del sol de
la tarde y la sustancia más transparente del aire. Y en el aire mismo cantan y
aturden los colores: la verde algarabía de los pericos que regresan del saqueo
de los maizales; el oro y azul, el rojo y azul de los guacamayos que vuelan en
parejas gritando la áspera mitad de su nombre; el oro y negro de los moriches,
de los turpiales del canto aflautado, de los arrendajos que cuelgan sus nidos
cerca de las colmenas del campate y los arpegios matizados al revuelo de la
bandada de los azulejos, verdines, cardenales, paraulatas, curruñatás, siete
colores, gonzalitos, arucos, güiriríes. Ya regresan también, hartas y
silenciosas, las garzas y las cotúas que salieron con el alba a pescar, y es
una nube de rosas la vuelta de las corocoras» (Gallegos, 1995 [1935], p. 5).
Por cierto que los Moriches
mencionados por Gallegos, de nombre científico Icterus chrysocephalus,
son unos primos del Turpial que habitan principalmente en el sur del Orinoco, a
diferencia de éste, que lo hace mayormente al norte (Restall et al, 2007
[2006], Vol. 2, p. 610 y 614). Sucede, sin embargo, que en algunas partes de
Amazonas y Guayana hay quienes llaman Turpial al Moriche, creyendo incluso que
este último es el ave emblemática nacional.
Aquí vemos
un Moriche (Icterus chrysocephalus),
muy fácil de diferenciar del Turpial, ya que es todo negro por debajo con las
alas sin tonos blancos y la corona y nuca amarillas (Fotografía tomada por
Eduardo López)
Pero fue ese notable valenciano
pionero de la Ecología
en Venezuela, pintor, ilustrador e intérprete de nuestra Naturaleza, en
especial de las aves que adornan los paisajes de esta Tierra de Gracia, y poeta
a ratos llamado Walter Arp (1927-2006), quien dio realmente en el clavo cuando resumió
lo relativo al canto del Turpial en una estrofa de un poema que le dedicara al
ave, el cual dice así: «No tienes hora para soltar tu canto, / desde el alba
hasta el atardecer / rompes el aire llenándolo de encanto» (Arp, 1980, p. 122).
Por cierto que en ese libro tan especial, en el cual aparecen 75 especies de
aves ilustrando 63 poemas, sólo hay, además del titulado Turpial, otro dedicado a un ave en particular, el Gallito de las
rocas (Rupicola rupicola), el cual
fue, como veremos más adelante, el contrincante que clasificó con el Turpial
para la gran final en la elección del Ave Nacional de Venezuela.
El poema de Walter Arp titulado Turpial va acompañado de la hermosa
imagen que se ve aquí, también de su autoría, compuesta de tres ejemplares en
un nido que parece de Guaití (Phacellodomus inornatus) (Tomado de Arp,
1980, p. 123)
Sin connotación horaria
alguna, tampoco podía faltar la combinación de flauta con Turpial en un
poemario dedicado a los pájaros, publicado por el abogado y periodista
monaguense José Villarroel casi cuatro décadas después de la aparición de Canaima,
donde le decía al ave que «una flauta barroca es tu pico / Vivaldi vuela
contigo sobre el follaje» (Villarroel, 1972). Cabe señalar, por último, que
Ramón Urbano, destacado colector de aves y poeta aficionado que trabajara por
varias décadas para la Colección Ornitológica Phelps, de la cual
hablaremos de inmediato, fue mucho más lejos cuando puso al Turpial a anunciar,
cual meteorólogo, los cambios de estaciones, como se puede apreciar en la
estrofa de su Joropo al Turpial que dice: «qué lindo canta el Turpial /
en las palmeras del Llano / y le anuncia al Caporal / que va pasando el Verano»
(Urbano, 1959, p. 23).
El Turpial de aquí
Pero, volviendo al nombre
que distingue a nuestro Icterus icterus, digamos que, ya entrados al
siglo XX, pasó a ser asunto preferentemente de los ornitólogos. Turpial común
fue la designación utilizada en la primera lista sistemática de todas las aves
de Venezuela conocidas hasta entonces elaborada por el principal precursor de
nuestra ornitología, eficiente recopilador, productor y sistematizador del
conocimiento sobre nuestra avifauna que fuera William H. Phelps, nacido en
Nueva York en 1875 y nacionalizado venezolano en 1947, lista compilada conjuntamente
con su hijo y colaborador del mismo nombre que «marcó época por su solidez
científica y por ser una de las primeras de su tipo para Centro y Suramérica y
el Caribe» (Phelps y Phelps hijo, 1950, 1958 y 1963; Rodner y Martínez, 2006,
p. 4). No obstante ello, Misia Kathy, como le decían cariñosamente a la esposa
del segundo, prefirió llamar Turpial,
sin apelativos, a nuestro protagonista en 1954, año de publicación de su libro dedicado
a «Cien de las más conocidas aves venezolanas», con ilustraciones de su misma
autoría, en cuya portada colocaba, sin embargo, al por entonces ignoto Gallito
de las rocas que, como veremos más adelante, subiría circunstancialmente a la
palestra pública un quinquenio después (Deery, 1999 [1954]), p. 75).
En su bonito
libro así nos presentó Kathlyn Deery de Phelps, misia Kathy para sus allegados,
al garboso Turpial. Lástima que en su versión la piel alrededor del ojo no
exhiba la tonalidad azul eléctrico, como tampoco el negro brillante en el
plumaje de la capucha, lomo, alas y cola característicos de los ejemplares
adultos en vida (Tomado de Deery, 1999 [1954], p. 75)
Esa denominación de Turpial
común, con la cual a lo mejor se quería denotar que se trataba de la más famosa
de las especies portadoras de tal nombre, fue utilizada de nuevo en 1979 por su
esposo en su famosa «Guía de las aves de Venezuela», escrita con el
norteamericano Rodolphe Meyer de Schauensee, la cual fue el primer libro
enciclopédico sobre las aves de Venezuela, reconocido ampliamente como un
modelo de texto de referencia en la materia (Phelps y Meyer, 1979 [1978] p.
354). Ese libro pudo ser elaborado en gran medida gracias a la enorme cantidad
de lo que los ornitólogos llaman «pieles de aves» (en realidad aves disecadas)
y los registros respectivos a disposición de los autores contenidos en la
famosa Colección Ornitológica Phelps (COP) antes mencionada, la cual no sólo
constituye «el reservorio de aves venezolanas más importante en el mundo», sino
que hoy día es considerada también como la colección de aves «más importante
del mundo en manos privadas» (Rodríguez, 2006, p. 313 y 332), reunida por obra
de la iniciativa del padre, quien en 1937, a los 62 años de edad, se retiró de los
negocios para dedicarse a ello en cuerpo y alma con un equipo de eficientes
colaboradores, incluido su hijo homónimo, quien asumió la tarea de asegurar la
continuidad de tan loable esfuerzo.
Otro autor norteamericano,
de nombre Steven Hilty, lo llamó, por su parte, Turpial venezolano (Hilty, 2003
[2002], p. 823) en una exhaustiva actualización de la obra ya clásica de Phelps
y Meyer, muy oportuna por cierto, publicada en 2002 con una segunda edición en
2003, denominación que seguramente buscaba diferenciarlo de los demás portadores
del nombre mediante la mención del país que constituye el hogar principal de la
especie. Por último, un destacado trío de profesionales proveniente de la
mencionada Colección Ornitológica Phelps, formado por un experimentado inglés
radicado en Venezuela llamado Robin Restall y dos reconocidos ornitólogos
venezolanos de nombre Clemencia Rodner y Miguel Lentino, autores de un libro
sobre las aves del norte de Suramérica que, junto con los otros dos ya citados,
son de consulta indispensable para quien quiera adentrarse con buen pie en la
exploración del exuberante mundo de la avifauna venezolana, lo denominaron allí
simplemente Turpial, sin ningún adjetivo, a lo mejor para dar a entender
que es el turpial por antonomasia, pero aclarando de manera ecléctica en una
nota que era «llamado también Turpial venezolano» (Restall et al, 2007
[2006], V. 1, p. 753).
Emblema nacional
En todo caso, lo cierto es
que el Turpial, con apelativo o sin él, ya se había convertido desde 1957 en
nuestra ave emblemática nacional. La iniciativa surgió de la Sociedad Venezolana
de Ciencias Naturales (SVCN) en setiembre de ese año, concediéndose «dos meses
para que diversas instituciones y personalidades aupasen a sus candidatos»
(Rodríguez, 2006, p. 349). Este proceso contrastaba con lo que sucedía en el
restringido mundillo político autorizado por el ufano «Presidente
Constitucional de la
República », General Marcos Pérez Jiménez, alias Tarugo (para
quienes sientan la curiosidad, localicen con el buscador que hay en este sitio: www.rae.es/drae el
significado de esta palabra en el lenguaje coloquial, en particular el tercero
de la lista), quien quería ser reelegido para el cargo, pero no mediante una
contienda que implicara competir con otros candidatos, lo cual alborotaría aún
más el ya revuelto gallinero, sino mediante un plebiscito incorporado a la Ley Electoral en una
reforma aprobada a la carrera por el Congreso el 13 de noviembre de ese año, el
cual finalmente resultó, como era de esperarse, burdamente amañado y condujo
irremisiblemente a la rebelión popular que culminó con la huída del país del
último de los dictadores que ha tenido Venezuela.
La elección del ave nacional
contó, en cambio, con muchos candidatos. Eran tantos que en un momento dado el
recordado Ramón Aveledo Hostos, quien era por entonces un joven de 36 años que
fungía de Presidente de la SVCN
y Curador de la COP ,
tuvo el poco tino de enviarle a sus colegas zulianos un escueto telegrama que
decía más o menos lo siguiente: «Nos urge recibir nombre de su pájaro
candidato» (Rodríguez, 2006, p. 354). No sabía él que a la Seguridad Nacional ,
siniestra policía política de esos tiempos, le era consignado un legajo diario
con copias de todos los telegramas enviados y recibidos en el país.
Los esbirros a cargo de la
revisión de los telegramas se frotaron las manos pensando que en breve caería
mansito ese supuesto «pájaro candidato», expresión detrás de la cual estaban
seguros que se escondía algún temerario aspirante a suceder a Pérez Jiménez.
Prestos procedieron a detener al inocente Ramón, según me refirió ese baluarte
de la COP que ha
sido Margarita Martínez, y a llevarlo a uno de esos tenebrosos calabozos donde
tanta gente fue torturada durante todos esos aciagos años de cruel represión.
¡Canta! ¡Canta rápido pajarito!, le gritaban iracundos. Pero, para su sorpresa,
los únicos nombres de candidatos que lograron sacarle a Ramón fueron los del
Cucarachero, la Paraulata
llanera, el Cristofué, la
Guacharaca del norte, la Corocora colorada, el Guácharo, el Arrendajo y el
Gallito de las rocas, sin olvidar al Zamuro ni, por supuesto, al Turpial.
Kathy de
Phelps escogió al Gallito de las rocas para la portada de su libro titulado
«Cien de las más conocidas aves venezolanas» editada por primera vez en 1955,
ave por entonces muy poco conocida que habita en las selvas del sur del Orinoco,
lanzada a la palestra pública durante la elección del Ave Nacional de Venezuela
en noviembre de 1957 (Pintura de la autoría de Kathlyn Deery de Phelps tomada
de la portada de la edición de lujo de Deery, 1999 [1954])
Una vez que, gracias a una
gestión del viejo Phelps ante un encumbrado pajarero del gobierno «comprometido
con la candidatura del Turpial» (Rodríguez, 2006, p. 354), quedó en evidencia
el malentendido y soltaron a Aveledo, entró en la recta final la gran campaña
electoral por el ave nacional. En ella se involucraron varios medios de
comunicación social, brindando «espacio y tiempo cada día hasta el final del
certamen» (Aveledo, 1994), lo mismo que otras instituciones privadas y
numerosas personalidades, desde el mencionado Angel Rosenblat quien, aunque era
partidario de la Corocora
colorada, produjo el texto citado anteriormente sobre el Turpial (Rosenblat,
1957) que se agregaría luego a sus famosas Buenas y malas palabras,
hasta el sabio don Francisco Tamayo, pasando por los principales columnistas
del momento, como Aníbal Nazoa, Miguel Otero Silva, Federico Pacheco Soublette,
Julio Barroeta Lara, Ida Gramko y otros más. En palabras del mismo Aveledo,
«escritores, poetas, caricaturistas, científicos y pueblo en general se
volcaron con simpatía» en la contienda, con un gran sentido del humor (Aveledo,
1994), conscientes de ser la parodia del espurio proceso plebiscitario que
discurría en paralelo sin ningún apoyo popular.
Victoria apretada
La divertida campaña
discurría mientras en la arena internacional se sucedían hechos de la mayor
seriedad y trascendencia histórica reseñados por la prensa local, como la
sucesión de pruebas con armas nucleares efectuadas por Estados Unidos, la Unión Soviética y
el Reino Unido, que impulsaron a los dos restantes miembros permanentes del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es decir, Francia y China, a
acelerar su entrada al club atómico, o el lanzamiento por los soviéticos del satélite
artificial Sputnik II, que llevaba como pasajera a la perrita Laika, lo cual
daría impulso a la carrera espacial, o, en fin, la avanzada final de la
guerrilla comandada por Fidel Castro, que anunciaba la despavorida huída del
dictador cubano Fulgencio Batista y toda su camarilla y marcaría un indudable punto
de inflexión en la historia de Latinoamérica y el Caribe.
Mientras tanto, en nuestra
Tierra de Gracia el Turpial, postulado por la sección ornitológica de la SVCN a instancias del muy
activo Hermano Ginés, coautor con Aveledo de un libro que ya estaba a punto de
publicarse sobre nuestras aves de caza (Ginés y Aveledo, 1972 [1958]), era el
gran favorito para coronarse como Ave Nacional de Venezuela, aunque a última
hora arremetió con fuerza el Gallito de las rocas, apoyado por William H.
Phelps con la intención de «atizar el interés inusitado que el certamen había
provocado». La polémica adquirió ribetes que seguramente hicieron poner
nervioso a más de uno en el tambaleante gobierno. El Turpial fue acusado, en
«clara alusión al dictador», de «pájaro bravo», condición que «ensalzaron sus
defensores como básica para defender su libertad», aunque hubo a quien le
pareció que tenía más bien «inclinación a olvidar fácilmente su cautividad con
su propio canto». En cuanto al Gallito de las rocas, se arguyó que ya no se
quería «más gallos en este país», mientras que un indignado anónimo criticaba
que se pudiese pretender elegir a «ese pájaro que casi nadie conoce», en lo
cual no le faltaba razón (Rodríguez, 2006, p. 353 a 356).
La elección se efectuó en la SVCN , ubicada por entonces en
El Paraíso, el lunes 11 de noviembre de 1957, un mes antes del plebiscito del
15 de diciembre. Clasificaron para la gran final, como era de esperarse, el
Turpial y el Gallito de las rocas, luego de unas rondas eliminatorias en las
cuales el Zamuro, como siempre vilipendiado y discriminado injustamente, fue el
primero en quedar fuera, seguido por el Guácharo, considerado tenebroso por
algunos. La elección fue más reñida de lo previsto, sucediéndose los alegatos a
favor y en contra de ambos contrincantes. La crítica más recurrente contra el
Turpial fue que éste «vivía en cautiverio, se adaptaba a la jaula, en tanto que
el Gallito no», frente a lo cual alguien retrucó que «también el caballo es
domado por el hombre y es símbolo de nuestro escudo», en tanto que un tercero,
en velada alusión a los presos políticos, aseguró que con la elección del
Turpial «se abogaría porque fuesen liberados todos los turpiales» (Diario El
Nacional, p. 42).
En la rima del ya citado
colector de aves y poeta Ramón Urbano publicadas en El Gallo Pelón,
semanario humorístico muy leído, «después de la algarabía / que formó la
concurrencia / no era electa todavía / el ave de preferencia» (Urbano, 1958, p.
18). Finalmente, al filo de la medianoche 49 doctos electores votaron,
obteniendo el Turpial 27 sufragios y el Gallito de las rocas 22. La reseña
diría que «sus cualidades canoras, su agresivo vuelo, su lindo plumaje y ese
estar metido en el alma popular, le dieron el margen suficiente al Turpial para
imponerse en una elección por demás reñida» (Diario El Nacional, p. 1).
Como colofón, el Gobierno
que sustituyó el 23 de enero de 1958 al derrocado Pérez Jiménez dictó con
presteza encomiable una resolución conjunta firmada por el Ministro de
Educación, Julio de Armas y el de Agricultura y Cría, Carlos Galavís, mediante
la cual se asentaba que, «en atención a que la Sociedad Venezolana
de Ciencias Naturales, después de efectuar un dilatado y reñido certamen entre
naturalistas y ornitólogos con el fin de escoger la especie de nuestra avifauna
que resultase más apropiada para ser elegida Ave Nacional de Venezuela», se
endosaba la elección referida, declarándose así, con todas las de la Ley , «oficialmente al Turpial
(Icterus icterus) Ave Nacional de Venezuela, y con tal carácter deberá
ser considerado en los textos de estudio y enseñanza que versen sobre la fauna
venezolana» (Ministerios de Educación y de Agricultura y Cría, 1958). Ello
acaeció el 23 de mayo de 1958, en pleno mes de las flores, algunas de las
cuales al Turpial le agrada mucho degustar.
El árbol de
cuyas flores se alimentaba este ejemplar parece un Bucare, pero todavía no
tengo la certeza total. El ave que se alimenta de elllas es un adulto de Icterus icterus icterus fotografiado en
Barlovento, estado Miranda (Fotografía tomada por Eduardo López)
Además de libar néctar y
comer flores de los Bucares, lo mismo que de Samán, Cardón y Tuna, a los
Turpiales les encantan las frutas, tales como «lechosas cultivadas, mangos,
sapodillas, guanábana y frutas silvestres», al igual que «semillas». Además
comen «pequeños vertebrados y artrópodos», como «larvas de mariposas,
coleópteros e himenópteros» (Fraga, 2013 [2011], Food and feeding), de modo que se trata de omnívoros muy versátiles
que difícilmente pasarán hambre.
Turpiales, orioles y
oropéndolas
Ahora bien, aunque el Icterus icterus es sin duda el Turpial
por antonomasia, lo que tal vez ameritaría reservarle con exclusividad la denominación
de Turpial, lo cierto es que todavía hoy en día siguen siendo en Venezuela y en
otros países varios los que portan el mismo nombre con diferente apellido, como
sucede con el Turpial de agua (Chrysomus icterocephalus), bautizado así
porque «habita en ciénagas, lagos y ríos con abundantes juncos y gramíneas
acuáticas», colocando «los nidos entre la vegetación acuática» (Deery, 1999
[1954], p. 77).
Aquí vemos
un Turpial de agua (Chrysomus
icterocephalus), que se diferencia del Turpial (Icterus icterus) por tener una capucha amarilla y no negra y todo
el resto del cuerpo también negro (Fotografía tomada por Eduardo López)
Hay asimismo otras dos
especies llamadas turpiales en Venezuela, o al menos en nuestros textos
ornitológicos, las cuales no son, como la anterior, residentes permanentes sino
migratorias. Se trata del Turpial de huertos (Icterus spurius) y el
Turpial de Baltimore (Icterus galbula), los cuales anidan en
Norteamérica y después de levantar a sus crías se vienen a veranear a varios
países latinoamericanos, incluido el nuestro, como lo hacen igualmente muchos
turistas canadienses y gringos. El primero de ellos, conocido en inglés como
Orchard Oriole, es un ave sumamente rara en Venezuela que con muchísima suerte
pudiera uno encontrársela al oeste del lago de Maracaibo.
En la foto
se puede apreciar al Turpial de huertos (Icterus
spurius), un raro visitante en Venezuela, cuyo plumaje se distribuye de
manera parecida al del Turpial de Baltimore (Icterus galbula) que pueden ver en la foto que sigue a ésta, pero
su color por debajo no es amarillo naranja sino marrón castaño (Fotografía
tomada de la galería de Carolyn747 en Flickr)
El segundo, llamado
Baltimore Oriole en inglés, cubre en su migración un área mayor, llegando
incluso hasta Guatopo, al suroeste de Barlovento en el Estado Miranda, lo cual
puede que hacia los años 30 del siglo XIX fuera sospechado ya por ese famoso
observador, pintor y estudioso de las aves de Norteamérica llamado John James
Audubon —cuyo apellido tomaron prestado para identificarse algunas agrupaciones
de pajareros y pajarólogos, incluída la Sociedad Conservacionista
Audubon de Venezuela (SCAV)— quien comentaba dubitativamente que «el Turpial de
Baltimore llega desde el sur, tal vez desde México, o a lo mejor de una región
más distante, y entra en Louisiana apenas la primavera comienza allí» (Audubon,
1995 [1827-1838]). Luce aquél las tonalidades negras, amarillo naranja y
blancas de nuestra ave nacional, pero a diferencia de ésta no tiene la espalda
anaranjada ni el iris amarillo sino negros y carece de la bella piel ocular
azul que distingue al Turpial, mientras que el blanco de las alas está
distribuido de otra manera y la cola tiene no sólo negro sino también amarillo.
Este es un
Turpial de Baltimore (Icterus galbula)
que llegó en marzo de 2013 al Parque del Este Generalísimo Francisco de Miranda
ubicado en Caracas. Nótese el ojo de iris oscuro y la ausencia de piel ocular
azul, así como la profusión de blanco en las alas y el reverso amarillo de la
cola, todo lo cual lo diferencia de nuestro Turpial (Fotografía tomada por
Carolina Tosta)
Cabe aclarar que oriol
en español, así como su equivalente oriole en inglés y francés,
significan lo mismo que oropéndola, ave europea de cuerpo amarillo, alas
y cola negras y pico puntiagudo (pueden ver una aquí:
http://www.naturalezadigital.org/ampliar.php?id_foto=676),
denominación que los conquistadores, colonizadores, exploradores y viajeros
procedentes de ese continente aplicaron también a otras especies parecidas que
encontraron en sus correrías por América, Asia, Africa y Oceanía. Y si bien en
Venezuela esos términos no han calado, hay una peculiar excepción representada
precisamente por los referidos Orioles de Baltimore, aves muy populares en
Norteamérica y también entre nosotros, no porque sean muy comunes por estas
latitudes sino más bien porque ese nombre identifica a un equipo de grandes
ligas bien conocido en nuestro medio por ser el béisbol el deporte que cuenta
aquí con la mayor afición, no siendo ello ajeno al mencionado William H.
Phelps, quien fuera uno de sus promotores pioneros (Rodner y Martínez, 2006, p.
2). Esto permitió que desde fecha tan temprana como 1939 llegaran peloteros
venezolanos a las ligas mayores, siendo el primero de ellos un lanzador
caraqueño nacido en 1912 de nombre Alejandro Carrasquel, apodado «El Patón» por
el tamaño de sus pies (Cárdenas, 1990, p. 65).
A otro caraqueño llamado
Alfonso Carrasquel, para más señas sobrino del Patón y apodado el «Chico» para
diferenciarlo del tío, le cupo ser el primer latinoamericano en participar en
un juego de las estrellas de la gran carpa, lo cual sucedió en 1951. Esta
gloria de nuestro béisbol, luego de una trayectoria brillantísima como
campocorto de los Medias Blancas de Chicago, terminó su carrera de bigleaguer
en 1959, cuando contaba con 31 años de edad, jugando precisamente para los
Orioles de Baltimore (Cárdenas, 1990, p. 76). Ese mismo año a otro as venezolano,
el maracucho Luís Aparicio, quien había sustituido a Carrasquel como campocorto
de los Medias Blancas, le tocó en suerte convertirse con esta novena en el
primer venezolano en participar en una serie mundial, experiencia que repitió
en 1966, esta vez con, ¡claro que sí!, ¡los Orioles de Baltimore!, oportunidad
en la cual contribuyó a que ese equipo se titulara campeón de las ligas mayores
por primera vez en su historia (Cárdenas, 1990, p. 22 y Vené, 2005, T. II, p.
58), hecho que hizo trinar de alegría no sólo a la afición venezolana sino
también, ¡cómo no!, a los Turpiales de Baltimore que por esa fecha, como todos
los años, disfrutaban del Sol muy orondos y risueños en Barlovento y en otras
regiones de nuestro país.
Canto sin rival
Hay quienes han afirmado,
dicho sea de paso, que el Turpial de Baltimore canta parecido al venezolano
(Carter y Omland, 2007, p. 7), pero también habemos quienes no estamos
convencidos de eso, sobre todo porque el repertorio de nuestro Turpial es muy
extenso y variado (quien desee compararlos puede encontrar ambos cantos aquí: http://www.xeno-canto.org/browse.php?query=icterus).
También se ha sostenido que
cantan parecido al Turpial venezolano el ave endémica de Brasil llamada
Corrupião en portugués y Campo Oriole en inglés, algo así como Oropéndola de
los campos en español (Icterus jamacaii), el cual habita en el este de
Brasil, lo mismo que otra conocida como
Matico en Argentina, Paraguay y Bolivia y João-pinto en Brasil, cuyo nombre en
inglés es Orange-baked Oriole, equivalente a Oropéndola de espalda anaranjada (Icterus
croconotus), pero tampoco creemos, al igual que otros mucho más versados
según veremos después, que la semejanza sea tanta (pueden cotejarlo en la
página citada de xeno-canto).
Arriba
aparece un Corrupião (Icterus jamacaii),
el cual se diferencia de nuestro Turpial en la escasa coloración blanca en las
alas y la ausencia de azul en la piel ocular.
Abajo se ve
un Matico (Icterus croconotus), cuya diferencia más notoria con el Turpial y
el Corrupião es la ausencia de la capucha negra (Fotografías © Arthur Grosset)
Pero en realidad no hay
ninguna otra ave que tenga un canto como el de nuestro Turpial, que todos
coinciden en calificar de «bello y melodioso», como dijera ese destacado
precursor de la zoología de los vertebrados de Venezuela llamado Eduardo Röhl, quien
agregaba que está «adornado de variados tonos, que encantan el campo en las
frescas horas de la mañana», canto «cuyas notas poderosas sólo pueden emitir
las cuerdas del violín», aprendiendo «con prontitud cualquier aire que oiga
silbar», según sostenía Ramón Páez, acaudalado hijo del Centauro de las
Queseras del Medio, quien aseguraba que tenía un Turpial en su casa de Nueva York
que cantaba «la Cachucha ,
el Yankee Doodle, y varios otros tonos» y que silbaba «claramente el nombre de
una persona» (Röhl, 1956 [1942], p. 342).
Para Kathy de Phelps se
trata, en efecto, de un «canto sin par» (Deery, 1999 [1955], p. 75), mientras
que Phelps y Meyer hablaron de «silbido fuerte, melodioso, usualmente repetido»
(Phelps y Meyer, 1959 [1958], p. 354), lo cual fue reiterado por Walter Arp (Arp,
1980, p. 182). Hilty fue mucho más descriptivo al mencionar que «a menudo es el
fraseo de su rico e hipnótico canto lo que a uno lo alerta sobre la presencia
de esta hermosa ave que suele percharse en el tope de un gran cactus columnar o
en una rama desnuda alta para cantar» (Hilty, 2003 [2002], p. 823); Restall,
Rodner y Lentino señalaron, por su parte, que los llamados del Turpial
«incluyen silbidos melodiosos y sonidos nasales», agregando que su canto
onomatopéyico es «emitido desde perchas altas sonando claramente a través del
campo abierto, fincas y parques y es inconfundible» (Restal et al, 2007 [2006], p. 753). Finalmente,
Rosendo Fraga nos describe «el canto en ambos sexos» como «fuertes repeticiones
de ricos fraseos melodiosos de dos a cuatro elementos, usualmente gorjeos o
silbidos modulados, raramente notas puras siendo el canto bastante variable,
pudiendo diferir el orden de los elementos y la longitud de las pausas entre
las notas. Las parejas suelen cantar a dúo. Ha sido registrada también la
mímica. En cuanto a los llamados, incluyen notas nasales y agradables silbidos.
En vuelo, por último, producen sonidos alares audibles» (Fraga, 2013 [2011], p.
766).
Ha habido también vocalizadores
que, a pesar de no ser pájaros, han asumido que su canto es tan variado y
melodioso como el del Turpial, sobrando ejemplos de quienes, para identificarse
artísticamente, han utilizado el nombre de esta «avecilla de hermoso canto que
se domestica fácilmente», como definiera al «turpial, turupial o trupial»
Julio Calcaño, uno de mis autores de abolengo nacional preferidos (Calcaño,
1950 [1896], p. 449), tío bisabuelo de Lorenzo Calcaño, para mí actualmente el
mejor fotógrafo de aves de Venezuela quien, como habrán podido notar, ha
aportado gentilmente varias de sus magníficas fotos de aves para ilustrar algunos
de los artículos de esta serie, incluido el presente.
Entre los muchos que,
desparramados por nuestra geografía, han adoptado la «gracia» de nuestra ave
nacional como suya se encuentran, por ejemplo, Santiago Rojas, apodado «el
Turpial de Guardatinajas», Nerys Padrón, «el Turpial de Mantecal», José Roberto
Vargas, «el Turpial sabanero» y Manuel María Pacheco, intérprete de golpes
tuyeros llamado «el Turpial mirandino».
Tanta ha sido la fama
musical del Turpial que hubo un famoso sello disquero que adoptó ese nombre,
editando entre otras excelencias un Long Play titulado «Folklore
venezolano» que fuera el primer disco de la Orquesta Típica
Nacional, dirigida para la ocasión por su fundador, el maestro Luís Felipe
Ramón y Rivera.
Los que son y los que no
Pero, volviendo al Corrupião
y al Matico, debemos precisar que también se les llama en inglés Troupial,
lo cual no es de extrañar ya que hasta no hace mucho fueron considerados como
subespecies del Turpial venezolano, recibiendo en tales casos los nombres
científicos de Icterus icterus jamacaii e Icterus icterus croconotus
respectivamente. Sin embargo, desde los lejanos tiempos en que estos pájaros
fueron descritos por primera vez hasta los más cercanos en que William H.
Phelps padre e hijo elaboraron sus listas de aves de Venezuela, es decir,
«hasta bien entradas las décadas de 1950 y 1960», los tres eran tratados como
especies diferentes (Fraga, 2007). Sucedió, sin embargo, que en razón, entre
otros argumentos, de la supuesta similitud de sus cantos y del descubrimiento
de la subespecie Icterus icterus metae, considerada por algunos como un
caso de hibridación entre el Turpial venezolano y el Matico, fueron agrupados,
según acabamos de acotar, en una sola especie: Icterus icterus.
Este
ejemplar fotografiado en el estado Apure me pareció inicialmente que presentaba
las características de la subespecie Icterus
i. metae, en particular la nuca amarilla y las plumas blancas del ala
separadas en dos, aunque ahora creo que pudiera tratarse más bien del Icterus icterus icterus pues la
separación de las plumas blancas no es muy neta ni la nuca amarilla tan obvia
(Fotografía tomada por José Luis Mateo)
Pueden
comparar la foto anterior con la presente ilustración del Icterus icterus metae en la cual se ve bastante extensa el área de
amarillo naranja de la nuca que reduce notablemente el área negra de la cara.
También se aprecia la neta separación en dos de la franja blanca del ala
(Ilustración de Tim Worfolk © HBW)
Esta es una
de las primeras ilustraciones a color conocidas del Turpial ya que data de 1765.
Curiosamente las plumas blancas del ala aparecen divididas como en el Icterus. i. metae, que no sería descrito
sino dos siglos después, en 1966, careciendo además de la piel ocular azul,
como sucede con el Corrupião (Icterus
jamacaii). Todo ello hace dudar sobre la identidad y el estado de
conservación del espécimen a su disposición en el cual se basó el ilustrador
(Ilustración de François Nicolas Martinet, 1765, Pl. 532)
No obstante, hubo otros que
sostuvieron que los argumentos para tal agregación no eran suficientemente
convincentes, al punto que solicitaron, mediante una propuesta con mucho apoyo
presentada en junio de 2007 al Comité de Clasificación Suramericano de la Unión Americana de
Ornitólogos, que su separación fuera reconsiderada (Fraga, 2007). De hecho,
dicha separación ya había sido adoptada en varias publicaciones cuyos autores
se basaron no sólo en características morfológicas y de comportamiento, sino
también en varios estudios genéticos, hoy día muy en boga, basados en la
comparación de su ADN (ácido desoxirribonucleico), nombre con que se conoce el
material genético de los seres vivos que codifica las instrucciones a partir de
las cuales se crean nuevos seres de la misma especie, cuyos resultados hacían
sospechar que pudieran no ser coespecíficos (Carter y Omland, 2007).
La propuesta fue aprobada
por unanimidad sobre la base, entre otros elementos de juicio, del reciente
descubrimiento de que el Corrupião y el Matico convivían en el estado brasileño
de Tocantins sin hibridizarse, al igual que sucede en el de Para. Por otra
parte, se consideró que la enorme separación geográfica que existe entre las
poblaciones del Matico y el Icterus i.
metae de Venezuela y Colombia hace presumir que tampoco haya hibridización
entre ellos sino más bien una evolución convergente.
De este modo el Turpial
venezolano (Icterus icterus) vuelve a quedar con sólo tres subespecies,
siendo la más difundida de ellas el referido Icterus i. icterus, que
habita al este de los Andes, en los Llanos de Venezuela y Colombia, y en la
zona costera desde Carabobo hasta Sucre, seguida por el Icterus i. ridwayi,
distribuido en la costa occidental y en el este del Zulia, así como en Falcón y
Lara y en la isla de Margarita, donde tal vez haya sido introducido
originalmente por el hombre, como ha sucedido en otras islas del Caribe, como
Aruba, Curazao, Puerto Rico y Saint Thomas. El de menor dispersión es, por
último, el Icterus i. metae, descrito por primera vez en 1966 por
William H. Phelps hijo y Ramón Aveledo Hostos (Phelps y Aveledo, 1966, p. 4 a 12), subespecie que se
encuentra a ambos lados del río Meta que hace de frontera entre Venezuela y
Colombia.
Todos ellos se parecen en el
canto sonoro que a tantos embeleza y en el colorido de su plumaje de tonos
predominantemente anaranjados y negros brillantes, incluidas las poco comunes
plumas negras lanceoladas dirigidas hacia el pecho, así como la ancha banda
blanca en las alas, cortada en dos en el caso de la subespercie del Meta, siendo
una de sus marcas más atractivas los «ojos amarillos rodeados por una gran área
ocular lisa azul que se extiende hacia atrás en punta» (Hilty, 2003 [2002], p.
823).
Turpiales entrampados
Por cierto que un par de
ejemplares con rasgos de la subespecie Icterus i. metae, en particular
la banda blanca de las alas dividida en dos y la nuca anaranjada, según se
puede apreciar en la fotos que siguen, se instalaron
entre junio y agosto de 2007 en La
Pomarrosa (nuestra pequeña finca situada en Barlovento), lo
cual me hizo sospechar que, dado que estaban muy lejos del río Meta, pudiera
tratarse de ejemplares de jaula evadidos. Presentaban asimismo algunas otras
características muy inusuales, como eran una coloración parcialmente blanca por
debajo, la ausencia de las plumas negras lanceoladas que bajan de la garganta
al pecho y la cola deshilachada.
Estos
dos ejemplares de plumaje extravagante se aparecieron en junio de 2007 a comer mangos en la
Finca La Pomarrosa y sus alrededores, ubicada
en Barlovento. Tienen la franja blanca de las alas netamente dividida en dos
como en el Icterus i. metae (Fotografías
tomadas por Eduardo López)
Como la
incógnita al respecto persistía cuando comencé la redacción final de la primera
versión publicada de este escrito decidí, con la ayuda de mi amiga pajarera Karla
Pérez, consultarle a los expertos. La respuesta del ya citado Robin Restall no
se hizo esperar. La razón de su extraña apariencia se debería a que sufrieron
«daño en su plumaje, posiblemente al escapar de una rama con pegamento en la
que habían quedado atrapados, dejando atrás la mayoría de sus plumas. O bien
escaparon del cautiverio sufriendo laceraciones en el proceso. El deterioro y
desgarre de la cola apoyan ambas tesis», apreciaciones con las que estuvo de
acuerdo el conocido ornitólogo Gustavo Rodríguez.
Que se tratara
de ejemplares escapados de una trampa o evadidos de una jaula no era en
realidad de extrañar ya que el Turpial —sea macho o hembra pues ambos, para su
desgracia, son brillantes en plumaje y canto— ha sufrido desde hace mucho
persecuciones de parte de los traficantes de aves silvestres que ansían
capturarlo para meterlo en una jaula y venderlo. En efecto, de acuerdo con el Libro
rojo de la fauna venezolana el Turpial es «una de las especies venezolanas
más solicitadas como ave de jaula, y a consecuencia de ello varias de sus
poblaciones se encuentran decreciendo drásticamente en la actualidad... Esta
presión a nivel nacional es considerable, y a nivel local se trata de la
especie favorita de los lugareños y uno de los passeriformes más capturados y comercializados.
A nivel internacional también existe demanda sobre la especie, aunque ésta es
principalmente abastecida por otros países suramericanos» (Rodríguez y Rojas, 1999, p. 318).
No falta
quien quisiera tener metido en una jaula a un ave tan grata como ésta no sólo a
la vista sino también al oído y de carácter alegre, pero somos muchos los que
preferimos disfrutarla en libertad, como lo está este ejemplar en Paraguaná,
estado Falcón, de la subespecie Icterus
i. ridgwayi (Fotografía tomada por Lorenzo Calcaño)
Tan obvia es la
trata que ha servido incluso de tema literario. Así por ejemplo, en El
osario de Dios, publicado en 1969, obra por la cual ese famoso
anzoatiguense, nacido en Clarines y criado en Puerto Píritu, precursor del
realismo mágico, llamado Alfredo Armas Alfonso (1921-1990) fuera galardonado
con el Premio Nacional de Literatura de ese año, dicho autor abordó el tema en
un brevísimo texto muy aleccionador que dice así:
«Cochino Macho, el hijo de La Conga , cazaba los torditos con trampajaula, con
pega, con lazo, con habilidad, les pintaba las plumas de las alas y el pecho
con pintura amarilla y los pasaba como turupiales, a siete reales el casal.
Los compradores se quejaban después que los turupiales cantaban
como torditos» (Armas, 2004 [1949-1990], p. 87).
Cabe comentar al
margen que, sin menoscabo de la indudable calidad literaria de este cortísimo relato,
parece claro que cuando Armas Alfonso lo escribió no tenía por delante un
Turpial o una foto o un dibujo de él, ya que de lo contrario no hubiera puesto
a Cochino Macho a pintarle las alas, más allá de los hombros, de amarillo, ya
que, como sabemos, éstas son negras con una franja blanca.
Es de destacar,
por otra parte, que para los autores del Libro rojo citado anteriormente
la designación del Turpial como ave emblemática nacional no parece que hubiera
mejorado mucho el conocimiento que se tenía sobre dicha especie, ya que
señalaban que, paradójicamente, sobre ella «no se ha realizado prácticamente
ningún estudio… desconociéndose muchos aspectos sobre su biología y situación
poblacional» (Rodríguez y Rojas, 1999, p. 318), de modo que no es raro que
circulen por allí los rumores más extraños, como por ejemplo uno algo
truculento extraído de Internet que decía textualmente así:
«Mediante
conversaciones mantenidas con personas que trabajan en la captura de esta ave
de forma artesanal en Nueva Esparta, ellos comentan que el ave se suele
capturar de pichón y enjaularlo en el mismo lugar en donde estaba ubicado el
nido y allí se mantiene hasta cierto tiempo para que los mismos padres del ave
lo alimenten, para luego en un momento de su madurez alistarlo para venderlo.
Es de fundamental importancia que el ave sea retirado antes de su completa
adultez, de modo contrario los padres del ave buscarán un gusano verde venenoso
para asesinarlo, en la imposibilidad de verlo dentro de la jaula» (Wikipedia, 8
de marzo de 2009).
El misterio
de los nidos
Sucede, además,
que los malentendidos respecto del Turpial son de muy vieja data. Al respecto,
cabe citar que el renombrado naturalista Alejandro Humboldt, refiriéndose a una
de sus visitas a las áreas silvestres próximas a Cumaná hecha en 1800,
comentaba que le «extrañaron en ese paraje por vez primera esos nidos de
botella o de bolsillas, que se hallaban suspendidos de los brazos menos
elevados de los árboles. Atestiguaban la admirable industria de los Turpiales
que mezclaban sus gorjeos con los raucos gritos de los loros y guacamayas»
(Humboldt, 1985 [1814-1825], Tomo 2, p. 31). Tal vez Humboldt, muy buen
observador, como sabio que era, tuviera razón, pero a lo mejor no, como veremos
más adelante.
Quien sí estuvo
a todas luces equivocado fue Agustín Codazzi, autor de la primera Geografía de
Venezuela publicada, cuando, cuatro décadas después, aseveró que el Turpial
«hace su nido en los extremos delgados de las ramas de los árboles más elevados
y los deja flotar libremente para que no puedan cogerlo las serpientes y otros
animales que los buscan para devorar los pichones. Está en forma de botella y la
entrada se encuentra de un lado en el lugar que principia el ensanche del
nido», ubicación y descripción de los nidos que se parece mucho a la de los
conotos, a lo que se adiciona que Codazzi dijo también que vivían «en familias,
y así es que un árbol es como una población» (Codazzi, 1960 [1841], p. 200),
cambote que los Conotos (Psarocolius decumanus) y Arrendajos (Cacicus cela) acostumbran, pero el Turpial
decididamente no.
Ya en el siglo
XX los biólogos españoles Cristina Ramo y José Ayarzaguena, hablando del
Turpial que habita en los llanos, afirmaron que era un ave «un poco perezosa a
la hora de construir el nido, prefiere esperar a que otras especies abandonen
el suyo, a fin de apropiárselo y realizar allí su puesta» (Ramo y Ayarzaguena,
1983, p. 42). lo cual fue puesto en verso por Walter Arp cuando le dijo al
Turpial: «Te haces el tonto para construir un nido» (Arp, 1980, p. 122). Carlos
Ferraro y Miguel Lentino, por su parte, sostuvieron que «entre las aves que no
construyen nidos están el Turpial (Icterus icterus), el Cucarachero
Currucuchú (Campilorhyncus griseus) y los halcones, ellos reacondicionan
nidos viejos de sus congéneres» (Ferraro y Lentino, 1992, p. 75). Adelantemos
al respecto que, según confirmaremos después, en realidad no todos los Turpiales
actúan así, de modo que sólo a quienes lo hacen se les podría decir que les
gustan más los nidos fabricados por otros, motivo por el cual no se les podría
aplicar el refrán según el cual «a cada pájaro le parece mejor su nido», manera
figurada de expresar «la preferencia que todos tenemos por lo propio,
considerándolo superior a lo de los demás» (Carrera, 1974, p. 15).
Este
ejemplar de Icterus icterus icterus fue fotografiado en el Hato Piñero, estado
Cojedes. Lo sorprendí ocupando un nido de Guaitíes a una de cuyas entradas le
estaba quitando palitos para agrandarla más (Fotografía tomada por Eduardo
López)
Sobre los
métodos utilizados por algunos turpiales para apropiarse de los nidos ajenos ha
habido algunas referencias muy cruentas, ya que se ha dicho que hubo un caso,
reportado en 1985 por un ornitólogo de apellido Robinson, en el cual los
«turpiales usurparon los nidos y destruyeron los huevos y mataron al pichón de
otro ictérido, el Arrendajo (Cacicus cela), en la selva lluviosa
tropical de las tierras bajas de Perú», en
tanto que otro autor muy reputado de origen alemán llamado Helmut Sick sostuvo en 1993 que en
Brasil los turpiales a veces lanzan «fuera de sus nidos a los pichones de las
especies huéspedes antes de poner sus propios huevos» (Lindell y Bosque, 1999,
p. 87 y 88). Sin embargo, por la ubicación geográfica se puede colegir que en
estos episodios violentos no estuvieron involucrados individuos pertenecientes
a la especie Icterus icterus correspondiente al Turpial que vive en Venezuela,
sino sus primos, el Icterus jamacaii y el Icterus croconotus.
Lo anterior no
quita, sin embargo, que a veces los Icterus icterus de nuestro Llano
puedan actuar con alguna rudeza como ladrones de nidos ajenos, utilizados no
sólo para empollar sino también para guarecerse, ya que por lo menos desde
1900, año en que estuvo lista para su publicación la primera versión de su Silva
Criolla, el poeta Francisco Lazo Martí, nativo de Calabozo, Estado Guárico,
los tenía pillados a tal punto que en ese famoso poema pudo escribir sin ningún
rodeo que «conquistan por la fuerza y la osadía / nidos para el invierno los
turpiales» (Lazo, 2000, p. 10). Sin embargo, no hay pruebas de que esa «fuerza
y osadía» llegue a los extremos sanguinarios de sus mencionados primos. Antes
bien, se ha demostrado que en el Hato Masaguaral, ubicado en el estado Guárico,
«la anidación» de los Guaitíes «con Turpiales tuvo el mismo éxito que sin
ellos» (Lindell, 1996, p. 574), de modo que hubo entre ellos convivencia
pacífica.
En cuanto a la
construcción de nidos por parte de los Turpiales Kathy de Phelps señaló que estas
aves «algunas veces construyen sus propios nidos en forma de bolsa, pero
generalmente aprovechan los nidos viejos de otros pájaros haciéndoles algunas
reparaciones» (Deery, 1999 [1954], p. 75). Algo similar sostuvo Steven Hilty al
señalar que los Turpiales «construyen sus propios nidos tejidos, o bien se
apropian de viejos nidos de guaitíes, cristofués, arrendajos o conotos» (Hilty,
2003 [2002], p. 823), muy parecido a lo dicho después, aunque con énfasis
menor, por Robin Restall, Clemencia Rodner y, en rectificación de su opinión
anterior, Miguel Lentino, para quienes el Turpial «raras veces construye su
propio nido, en su lugar se apoderan de los nidos de otras especies,
especialmente guaitíes, así como cristofués, arrendajos o incluso conotos»
(Restall et al, 2007 [2006], p. 753).
Un Turpial
modosito
La principal
interrogante que surgiría de las opiniones citadas se referiría a cuáles
turpiales son los que construyen sus propios nidos, cuáles se apropian de otros
y cuáles hacen ambas cosas. Al respecto ya en 1999 los biólogos Catherine
Lindell, de la Universidad
de Harvard y Carlos Bosque, de la Universidad Simón Bolívar venían trabajando para
tratar de aclarar mejor lo atinente a la anidación de los turpiales, o al menos
de los desde siempre considerados como tales, que no son otros que los
venezolanos. Como resultado pudieron comprobar que algunos de éstos, es decir,
los de la especie Icterus icterus, no suelen ser tan flojos como sus ya
mencionados parientes belicosos de otros países suramericanos (Icterus
jamacaii e Icterus croconotus), en particular los ejemplares
observados en Paraguaná, estado Falcón, es decir, de la subespecie Icterus
icterus ridgwayi.
Este
ejemplar, fotografiado en Paraguaná, estado Falcón, pertenece a la subespecie Icterus i. ridwayi que es la de mayor
tamaño y la que suele construir sus propios nidos. Nótese la rabadilla
anaranjada (Fotografía tomada por Eduardo López)
En efecto, el
citado Carlos Bosque, durante estudios de campo efectuados entre noviembre de
1978 y julio de 1980, «descubrió nueve nidos de Turpial en Paraguaná,
presenciando la construcción de los nidos en dos casos, coincidiendo las bolsas
colgantes tejidas con fibras de plantas y pasto con las descritas por Karel
Voous en 1983 para los nidos construidos por los turpiales en las vecinas
Antillas Holandesas. Posteriormente los Turpiales pusieron huevos en estos dos
nidos. Otros cinco nidos en los cuales los Turpiales estaban incubando huevos o
alimentando pichones eran de construcción y forma similares. Todos los siete
nidos fueron construidos en Cactus columnares gigantes (Stenocereus griseus)» (Lindell y Bosque, 1999, p. 86).
Y, como yo,
ustedes se preguntarán qué pasó con los otros dos nidos. Pues bien, resulta que
una de las parejitas respectivas encontrró en sus andanzas un nido de Güitío
gargantiblanco (Synallaxis albescens) vacío, en tanto que la otra halló uno de Gonzalito
(Icterus nigrogularis) y, sin
pensarlo dos veces, decidieron cada una por su parte meterse en el que
descubrió, aunque los primeros tuvieron que «rasgar un hoyo en un lado del nido
para usarlo como entrada» (Lindell y Bosque, 1999, p.
86). Como era plena estación lluviosa quién sabe si a lo mejor no estaban
tan urgidos por aparearse, sino más bien apurados por guarecerse, no se fueran
a resfriar. De hecho, los Turpiales utilizan los nidos «durante todo el año»
para dormir y descansar comodamente en sus habitáculos acolchados al efecto, pues
son de los que odian hacerlo a la intemperie. Más aun, los Turpiales, «que se
sepa, son los únicos ictéridos que duermen en aposentos en vez de hacerlo en
medio de la vegetación» (Lindell y Bosque, 1999, p.
85).
Pero no sólo en
la península de Paraguaná y en las islas cercanas hay Turpiales hacendosos.
También los hay en otra península, ubicada en la lejana isla de Margarita,
donde los Turpiales estilan construir sus propios nidos. Es la península de
Macanao, cuyo patrono es San Francisco de Asís, lo cual tal vez ha permitido
que todavía se encuentren por allí algunos representantes de la fauna silvestre
margariteña en peligro de extinción, como la Cotorra cabeciamarilla (Amazona barbadensis), que gracias a la protección de muchos ha ido
aumentado poco a poco su número, el Perico ñángaro (Aratinga acuticaudata neoxena), la Ardita de Margarita (Sciurus granatensis nesaeus), el Venado
margariteño (Odocoileus margaritae)
que es el más pequeño de los venados de cola blanca, el Mono de Margarita (Cebus apella margaritae) y el Gato
serval (Leopardus pardalis pseudopardalis).
Ese Turpial es de la misma subespecie ridgwayi,
siendo «el aspecto de los nidos y su emplazamiento en los Cactus columnares similar
a los descritos en Paraguaná y las Antillas Holandesas» para los otros ridgwayi (Lindell y Bosque, 1999, p. 86)
De todo lo dicho
podría colegirse entonces que lo que vio Humboldt cerca de Cumaná efectivamente
fueron Turpiales, pero no en nidos construidos por ellos mismos sino en nidos
de Gonzalitos, Arrendajos o Conotos, a menos que se hubiese tratado de unos Turpiales
venidos a tierra firme desde la isla de Margarita o que en esa época hubiera
habido Icterus i. ridwayi por allí, lo cual parecería algo menos
probable.
En cuanto a los
pleitos con otras aves, los investigadores referidos sólo presenciaron disputas
territoriales entre los mismos turpiales y no con otras especies, llegando
incluso a convivir muy pacíficamente con los guaitíes, según ya acotamos
(Lindell y Bosque, 1999, p. 86 y 87), todo lo cual llevaría a pensar que muchos
turpiales venezolanos serían bastante modositos y hacendosos, en contraste con
sus parientes aparentemente mucho más camorreros y aprovechadores ubicados más
al sur, calificados de piratas por muchos ornitólogos (Carter y Omland, 2007,
p. 4).
Sobre la prole
cabe señalar que sus posturas constan generalmente de tres huevos. La
incubación la hace sólo la hembra, siendo los pichones alimentados por ambos
padres durante unos 21 a
23 días. Pero hay un hecho muy particular que debe destacarse por lo inusual,
como lo es que los Turpiales intentan anidar hasta dos y tres veces durante el
período reproductivo (Lindell y Bosque, 1999, p. 87), el cual pudiera incluso
durar todo el año, como parece suceder en Aruba y Curazao (Fraga, 2013 [2011], Breeding). Tal fecundidad pudiera ser
una de las razones por las cuales el Turpial, a pesar de la cacería y el
comercio a que es sometido, siga siendo todavía un ave común en estado
silvestre en muchos lugares de su rango geográfico.
Libre
como el viento es la mejor y más gratificante visión que podemos tener de esta
especie de gran personalidad muy merecidamente designada como Ave Nacional de
Venezuela. El hermoso ejemplar que aparece en esta foto tomada en Margarita,
estado Nueva Esparta, pertenece a la subespecie Icterus i. ridgwayi la cual, según ya se dijo, prefiere instalarse
en los nidos fabricados por él mismo a su medida y gusto (Fotografía tomada por
Alberto Espinoza)
Resultaría así
que, sea como ave silvestre, que es su condición natural y la que debería
prevalecer, o bien como pájaro de jaula, el Turpial es un ave con muchas
virtudes que justifican ampliamente su condición de emblema nacional. Es ante
todo muy hermoso, resaltando entre el follaje, en el caso de los adultos, sean
ellos machos o hembras, su brillante colorido anaranjado, combinado con el
negro azabache y el blanco puro, a lo cual se agrega su llamativa franja ocular
azul celeste envolviendo sus ojazos amarillos. Su pico agudo de destellos
plateados y sus patas de igual color, largas y coronadas por sus robustos
muslos emplumados de color amarillo subido, complementan su estampa estilizada
que trasluce a la vez fuerza y delicadeza. Representativo de tal dualidad es su
canto, interpretado muchas veces a dúo por un macho y una hembra, tan sonoro
que se puede escuchar desde bastante lejos, pero tan pausado y modulado que a
nadie podría atormentar.
Sin duda es una
gran suerte poder disfrutar cotidianamente de su presencia eventual por los
alrededores, incluso si son ejemplares en fuga con el plumaje deteriorado o
rivales enfrascados en una reyerta eventual. Ese es nuestro Turpial, especie
que sin duda reúne todo lo necesario para portar con orgullo el título de ave
emblemática nacional de Venezuela.
Fuentes
citadas
Alcedo,
Antonio de. 1988 [1786-1789]. «Diccionario geográfico histórico de las Indias
Occidentales o América». Fundación de Promoción Cultural de Venezuela. Caracas.
Alvarado,
Lisandro. 1984 [1921]. «Glosario de voces indígenas de Venezuela». En: «Obras
completas». Tomo I. La Casa
de Bello. Caracas.
Armas
Alfonso, Alfredo. 2004 [1949-1990]. «Osarios, desiertos y otros ángeles.
Antología de cuentos 1949-1990». Monte Avila Editores Latinoamericana. Caracas.
Armas
Chitty, José Antonio de. 1968. «Canto solar a Venezuela». Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central
de Venezuela. Caracas.
Arp,
Walter. 1980. «Alas de mi tierra y de mi alma». Fundación La Salle de Ciencias Naturales.
Caracas.
Arteaga,
Angel. 2008. «Palabraría: Turpial». Visto el 18-12-2013 en: http://palabraria.blogspot.com/2008/11/turpial.html
Audubon, John James. 1995 [1827-1838].
«Birds of America .
The Baltimore Oriole, or Hang-nest». Visto el 21-12-2013 en: http://web4.audubon.org/bird/BoA/BoA_index.html
Aveledo
Hostos, Ramón. 1994. «Su majestad real, El Turpial». En: Estampas de El
Universal. Caracas.
Avivase. 2013. «Troupial (Icterus
icterus) (Linnaeus, 1766)». Visto el 18-12-2013 en: http://avibase.bsc-eoc.org/species.jsp?lang=EN&avibaseid=B7C6DEB5671C3D9F
Calcaño,
Julio. 1950 [1896]. «El castellano en Venezuela. Estudio crítico». Ministerio
de Educación Nacional. Caracas.
Cárdenas
Lares, Carlos. 1990. «Venezolanos en las Grandes Ligas. Sus vidas y hazañas.
1939 - 1989». Librería de Nacho. Caracas.
Carrera
Sibila, Antonio. 1974. «Del saber popular venezolano». Universidad de Oriente.
Cumaná.
Carter,
Corey y Kevin Omland. 2007. «Icterus icterus». Visto el 18-12-2013 en: http://animaldiversity.ummz.umich.edu/site/accounts/information/Icterus_icterus.html
Caulín,
Fray Antonio. 1992 [1779]. «Historia corográfica de la Nueva Andalucía ».
Academia Nacional de la
Historia. Caracas.
Cisneros,
Joseph Luis de. 1981 [1764]. «Descripción exacta de la provincia de Venezuela».
Academia Nacional de la
Historia. Caracas.
Codazzi,
Agustín. 1960 [1841]. «Obras escogidas». Volmen I. Ediciones del Ministerio de
Educación. Caracas.
Deery
de Phelps, Kathleen. 1999 [1954]. «Cien de las más conocidas aves venezolanas».
Fundación Avensa. Caracas.
Delgado
P., Hermes S. 1956. «Canciones de Barlovento». Tipografía D’Suze. Caracas.
Diario
El Nacional. 12 de noviembre de 1957. «El Turpial, Ave Nacional».
Páginas 1 y 42. Caracas
España,
Juan. 1988 [1926]. «Mi tierra». Ministerio de Relaciones Interiores. Caracas.
Ferraro,
Carlos y Miguel Lentino. 1992. «Venezuela, paraíso de aves». Armitano Editores. Caracas .
Fraga, Rosendo. 2007. «Proposal (#288) to
South American Classification Committee: Split
Icterus icterus into three species». Visto el 18-12-2013 en: http://www.museum.lsu.edu/~Remsen/SACCprop288.html
Fraga,
Rosendo. 2013 [2011]. «Venezuelan Troupial (Icterus
icterus)». En: Hoyo, Josep del, Andrew Elliot y David A. Christie (Editores).
«Handbook of the birds of the world. Volume 16. Tanagers to New World Black
Birds». Linx Editions. Barcelona (España). Disponible en: http://www.hbw.com/species/venezuelan-troupial-icterus-icterus
Gallegos,
Rómulo. 1995 [1935]. «Canaima». Universidad de Costa Rica. San José.
Ginés,
Hermano y Ramón Aveledo. 1972 [1958]. «Aves de caza de Venezuela». Monte Avila
Editores. Caracas.
Hilty,
Steven. 2003 [2002]. «Birds of Venezuela». Princeton University Press.
Princeton y Oxford.
Humboldt,
Alejandro de. 1985 [1814-1825]. «Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo
Continente». Tomos 1 a
5. Monte Avila Editores. Caracas.
Lazo
Martí, Francisco. 2000. «Poesía». Biblioteca Ayacucho. Caracas.
Lindell, Catherine. 1996. «Benefits and
costs to Plain-fronted Thornbirds (Phacellodromus
rufifron) of interactions with avian nest associates». En: The Auk. Vol. 113. N° 3. Julio-Setiembre. Pág. 565-577.
Lindell,
Catherine y Carlos Bosque. 1999. «Notes on the
breeding and roosting biology of troupials (Icterus icterus) in Venezuela ». En:
Ornitología neotropical. Vol. 10, N° 1, 1999. Pag. 85 a 90. The University of New Mexico .
Albuquerque.
Didponible en: http://www.landsat.org/publications/pdfs_ps/CGCEO%2019.pdf
Manara,
Bruno. 2004 [1998]. «Aves del Avila». Monte Avila Editores Latinoamericana.
Caracas.
Martinet,
François Nicolas. 1765. «Planches enluminées d’histoire naturelle». Vol. 6.
París. Disponible en: http://archive.org/search.php?query=creator%3A%22Daubenton%2C%20Edme-Louis%2C%201732-1785.%20Planches%20enlumin%C3%A9es%20d'histoire%20naturelle%22
Ministerios
de Educación y de Agricultura y Cría. 1958. «Resoluciones Nº 1.516 y Nº
RNR-123». En: Gaceta Oficial de la República de Venezuela. Año LXXXVI. Nº
25.665. 23 de mayo de 1958. Pág. 189.407. Imprenta Nacional. Caracas.
Phelps, William H. y Ramón Aveledo H.
1966. «A New Subspecies of Icterus icterus and Other Notes on the Birds
of Northern South America». En: American Museum Novitates. Nº 2270. Nueva York. Disponible
en: http://digitallibrary.amnh.org/dspace/bitstream/2246/3285/1/N2270.pdf
Phelps, William H. Jr. y Rodolphe Meyer de
Schauensee. 1979
[1978]. «Una guía de las aves de Venezuela». Gráficas Armitano. Caracas.
Phelps, William H. y William H. Phelps
hijo. 1950
y 1958. «Lista de las aves de Venezuela con su distribución». En: Boletín de
la Sociedad
Venezolana de Ciencias Naturales. Nº 75 (enero 1950), Nº
90 (mayo 1958) y Nº 104-105 (setiembre 1963). Caracas.
Pimentel,
Juan. 1964 [1578]. «Relación de Nuestra Señora de Caraballeda y Santiago de
León, hecha en Caraballeda. (Acompaña un mapa y plano de la ciudad)». En:
Arellano Moreno (Compilador). 1964. «Relaciones geográficas de Venezuela».
Academia Nacional de la
Historia. Caracas.
Real
Academia Española. 2001. «Diccionario de la lengua española». Tomos I y II.
Editorial Espasa Calpe. Madrid.
Restall,
Robin, Clemencia Rodner y Miguel Lentino. 2007
[2006]. «Birds of Northern South America . An
identification guide». Volúmenes 1 y 2. Yale University
Press. New Haven
y Londres.
Rodner,
Clemencia y Margarita Martínez. 2006. «Phelps y las aves de Venezuela».
Colección Ornitológica Phelps. Caracas. Disponible en: http://venciclopedia.com/index.php?title=William_H._Phelps
Rodríguez,
Jon Paul y Franklin Rojas Suárez. 1999. «Libro rojo de la fauna venezolana».
PROVITA—Fundación Polar. Caracas.
Rodríguez,
José Angel. 2006. «El viajero de las aves. La obra científica de William H.
Phelps». Ediciones PPC—Los Libros de El Nacional. Caracas.
Röhl,
Eduardo. 1956 [1942]. «Fauna descriptiva de Venezuela (Vertebrados)». Nuevas
Gráficas. Madrid.
Rosenblat,
Angel. 1957. «El Turpial, ¿pájaro nacional?». En: Diario El Nacional.
Lunes 4 de noviembre de 1957. Pág. 4. Caracas.
Rosenblat,
Angel. 1974 [1956]. «Buenas y malas palabras en el castellano de Venezuela».
Tomos I a IV. Editorial Mediterráneo. Madrid.
Ruiz
Blanco, Matías. 1965 [1690]. «Conversión de Píritu, de indios Cumanagotos,
Palenques y otros». Academia Nacional de la Historia. Caracas.
Urbano,
Ramón A. 1959. «Ambitos de la emoción sencilla». Editorial Sucre. Caracas.
Vené,
Juan. 2005. «Historia de las series mundiales». Tomos I y II. Cadena Capriles.
Caracas.
Villarroel
París, J. M. 1972. «Pájaros, pájaros». Ediciones de la Dirección de Cultura de la Universidad de
Carabobo. Valencia.
Wikipedia.
«Icterus icterus». 8 de marzo de 2009. Visto el 30-04-2009 en: http://es.wikipedia.org/wiki/Turpial
No hay comentarios.:
Publicar un comentario