lunes, 19 de mayo de 2014


Rey zamuro

King Vulture
Sarcoramphus papa

 

Escrita por Eduardo López

 

Ilustrada con fotografías tomadas por Alberto Espinoza, Arthur Grosset  y Eduardo López

 

Esta es una versión del original publicado en noviembre de 2010

revisada, corregida y actualizada por el autor

 
El Rey de los Zamuros, como se le solía llamar en otros tiempos, es el más vistoso miembro de los siete que conforman la familia Cathartidae que agrupa a los buitres del Nuevo Mundo. En ella se incluyen, además del Rey zamuro, dos especies de cóndores (el de los Andes y el de California), tres de oripopos (cabeza roja y cabeza amarilla menor y mayor) y el muy conocido Zamuro negro, aves denominadas carroñeras ya que su alimento fundamental lo constituyen los animales muertos cuya putrefacción ya se ha iniciado.

Semejantes hábitos alimenticios han hecho que la mayoría de las personas desprecie a los carroñeros y los estigmatice como animales asquerosos muy desagradables, pareciéndoles insólito que entre éstos haya alguno que pueda ser catalogado de hermoso. Es el caso, sin embargo, que si no fuera por ellos nuestro planeta sería un lugar tremendamente pestilente e insalubre, de modo que resulta digno de encomio el solo hecho de que su actividad haga desaparecer rápidamente los cadáveres que de otro modo yacerían al aire libre por mucho tiempo. Si a ello se agrega, como sucede con el Rey Zamuro, una figura de buen porte, de plumaje preponderantemente blanco puro contrastante con el negro de las alas y la cola, con la cabeza adornada de colores amarillos, anaranjados, negros, violetas y azules en distintas tonalidades y, «para hacer al ave más singular», con los ojos blancos y el aro ocular rojo, entonces se explica que haya quienes le consideren un ave de gran belleza (Gómez, 1994, p. 61-62).


El Rey zamuro es un ave muy vistosa por su talla y la variedad de colores que exhibe, algunos brillantes, otros cálidos y otros contrastantes (Fotografía © Arthur Grosset)

Uno de los primeros en afirmarlo en letra impresa fue un coronel español nacido en Quito de nombre Antonio de Alcedo (1735-1812), autor de un monumental Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América en cuyo Tomo V, publicado en 1789, decía, en efecto, que «entre las aves es singular el rey de los gallinazos», como lo llamaba, «que es rara y de mucha hermosura, con plumas de diferentes colores, del tamaño de un pavo mediano». Este autor también aludía a la primacía sobre los oripopos y zamuros que se decía que tenía el Rey de los gallinazos, al acotar que «siempre que hay alguna res muerta baxa de un árbol, en que la ha estado observando, sin que ningún gallinazo de los innumerables que están alrededor y en otros árboles se atreva á ponerse en aquel ni llegar á la res hasta que el rey baxa con un vuelo rápido, le come los ojos y el corazón, y se retira á donde estaba, que es la señal para que la chusma se arroje á devorarlo» (Alcedo, 1789, p. 128).

Hay muchos testimonios posteriores, la mayoría datados en el siglo XIX, que apuntan también hacia una aparente primacía detentada entre las aves carroñeras por el Rey de los zamuros a la hora de comer, en particular de naturalistas como, por ejemplo, ese irreverente personaje que fuera el británico Charles Waterton (1782-1865), uno de los primeros ambientalistas de Europa, quien contaba que, en sus andanzas en lo que hoy es la vecina Guyana, había logrado en una ocasión atraer a veinte Zamuros y un Rey Zamuro con el anzuelo de una serpiente muerta, habiendo observado que «ninguno de los buitres comunes parecía inclinado a comenzar el desayuno hasta que su majestad hubiera terminado» (Waterton, 1825, Third Journey). En igual sentido el alemán Karl Ferdinand Appun (1820-1872), que viviera durante una década en Venezuela, afirmaba de manera más tajante que él mismo había podido «comprobar varias veces» que el Rey de los zamuros «siempre es el primero al comer animales muertos, sin que soporte, mientras esté ocupado en eso, la compañía de ninguna» de las otras especies de oripopos y zamuros (Appun, 1961 [1871], p. 346).

Para tratar de explicar tal conducta el conocido general, ingeniero militar, geógrafo y naturalista italiano emigrado a América llamado Agustín Codazzi (1793-1859), autor de la primera Geografía de Venezuela que se publicara, aducía que era «por temor» que los Zamuros le cedían el lugar al Rey de los zamuros (Codazzi, 1960 [1841], p. 195), coincidiendo con esto el escritor polígrafo caraqueño Julio Calcaño (1840-1918) al decir que era «por el temor o respeto» que «el Rey de los samuros» le inspiraba a los otros carroñeros (Calcaño, 1950 [1896], p. 426). Tal impresión era reiterada, ya en el siglo XX, por ese médico tocuyano polifacético y errabundo llamado Lisandro Alvarado (1858-1929), para quien el nombre de «rei de los buitres» le calzaba bien al ave de marras, ya que «el imperio que ejerce sobre los zamuros, puesto a veces en duda, es un hecho común en Venezuela» (Alvarado, 1984 [1921], p. 330), punto de vista compartido por quien pudiera ser considerado como el último de la estirpe de nuestros naturalistas al estilo decimonónico, el caraqueño, hijo de alemanes, Eduardo Röhl (1891-1959), quien acreditó que el apodo de Rey de los zamuros era, en efecto, por «el respeto de los zamuros a este buitre» (Röhl, 1956 [1942], p. 193). Como colofón William H. Phelps hijo (1902-1988) y Rodolphe Meyer de Schauensee (1901-1984), autores de la primera Guía de las aves de Venezuela que saliera a la luz, también se sumaron a esta visión cuando afirmaron que esta ave era llamada «Rey Buitre o Rey Zamuro debido a que todos los demás buitres que se alimentan de carroña inmediatamente se retiran a buena distancia en cuanto aparece esta ave de mucho mayor tamaño» (Phelps y Meyer, 1979 [1978], p. 36).

Como era de esperarse, tantos testimonios cautivantes no podían pasar inadvertidos por la literatura. En el caso de Venezuela fue el trujillano Ednodio Quintero, un ingeniero forestal entregado también a la escritura, quien incorporó el tema a nuestra narrativa con el mayor lujo de detalles en un cuento titulado Sombras en el agua, publicado en 1995, en el cual los Zamuros y el Rey zamuro anuncian el desenlace de la trama. La acción se ubica en la carretera que va de San Carlos de Río Negro al Cunaviche. Los personajes son un botánico en viaje de trabajo, protagonista del relato, y un biólogo francés amigo suyo que vive en la selva. Encuentran «un grupo de zamuros que revolotean alrededor de un animal muerto, hinchado ya, tirado con las patas al aire en el fondo de una cuneta». «Es una danta», apunta el biólogo. El protagonista ve que «los zamuros se acercan y se alejan, oscilan a pocos palmos del suelo, sacuden sus alas sucias que al entrechocarse resuenan como tijeretazos, posan sus garras en el suelo guijarroso, bailotean. Algunos, parados en las ramas bajas de los arbustos que bordean la carretera, estiran sus cuellos pelados y vigilan». Observa «que la danta aún permanece intacta» y se pregunta «qué esperan aquellas aves voraces para dar inicio al festín». El francés le informa que «aguardan la llegada del rey». Luego le refiere, en tónica de clase magistral, que «el rey zamuro se distingue de los demás por su porte altivo y por la capa de plumas blancas que lo recubre a manera de manto real. También su pico es diferente, fino y delicado, ligeramente curvado, amolado como un cuchillo de diamante. Cuando el rey hace su entrada en escena, los súbditos se agitan, intercambian miradas golosas, se colocan en sus marcas como atletas disciplinados e impacientes. Ninguno se atrevería a dar un paso en falso, mantienen hacia el jefe una actitud reverencial».

Para finalizar el autor nos pone a ver, a través del protagonista y del ave enigmática, que «el rey, solitario delante de la presa, la ausculta con morosidad, precavido y desconfiado, como si quisiera asegurarse de su definitiva indefensión. El olor a carne descompuesta no le basta. Intuye que una última chispa de vida se esconde en algún lugar y no se dará por satisfecho hasta encontrarla. Busca y rebusca. No la halla ¿qué sucede? ¿Se habrá descompuesto mi radar? Ah, al fin, ahí está. ¡Los ojos!, por supuesto. Los ojos abiertos del animal, que guardan la silueta del matador o un girón de nube o una rama que se bambolea contra el cielo del atardecer. Espejos convexos, pulidos por la claridad, capaces todavía de reflejar la forma amenazante que se aproxima. El rey toma impulso, hunde su pico torcido en la piel blanda del ojo, y de un sorbo lo vacía de toda luz. ¿Sabrá acaso que su propia imagen de ave carroñera ha saltado en pedazos?» (Quintero, 1995).

El Rey de los zamuros fue incorporado no sólo a la literatura sino también a la política. Sucedió en plena Guerra de Independencia, época en la cual se resquebrajaba la estructura social colonial que había separado a la población en castas raciales de blancos, pardos, negros e indios. Cuando el sanguinario José Tomás Boves apareció en la escena los mantuanos le encasquetaron el apodo de «Rey de los zamuros», simil racista del caudillo blanco que arrastraba tras de sí a la canalla de negros, zambos mulatos e indios. 140 años después los herederos del mantuanaje seguían aplicándole la despectiva expresión a otros líderes que se les hacían antipáticos, ya que, según afirmara el dramaturgo y guionista José Ignacio Cabrujas, «al general Delgado Chalbaud lo llamaban en el Country “El rey de los zamuros”, por su simpatía con el negraje» (Cabrujas, 1992, p. 213).

Por cierto que el caso del Rey zamuro es muy particular puesto que le consta muy bien lo de la discriminación, ya que siente en carne propia lo que es ser blanco y también lo que significa ser negro y ser mestizo. Ello es así porque aunque este carroñero, al igual que Boves y Chalbaud, nace blanco, se convierte luego, por esas cosas de la Naturaleza, en negro y finalmente en blanquinegro, según se puede constatar en las fotos que siguen.


Los pichones de Rey Zamuro nacen con un terso plumón blanco que se mantiene de ese color durante unas seis semanas (Fotografía cortesía del Honolulu Zoo)


En esta extraordinaria foto se muestra en primer plano un Zamuro, luego un Rey zamuro en plumaje juvenil todo negro, detrás de éste un subadulto con plumaje del tercer año y en el fondo un adulto con su plumaje definitivo. Sólo falta aquí el inmaduro del segundo año, cuyo plumaje es igual al del tercer año pero con el lomo negro (Fotografía tomada por Alberto Espinoza)

Pero, volviendo al asunto de la primacía del Rey de los zamuros sobre otros carroñeros, está claro que, como hiciera constar don Lisandro Alvarado en el texto citado anteriormente, había quienes ponían en duda tal hecho, sobre todo porque, no obstante ser verdad que aquél es más grande y robusto que los oripopos y los zamuros negros y que, como bien lo expresara el naturalista británico John George Wood (1827-1889), usualmente «el más fuerte se impone sobre el más débil dejándole a éste tan solo los restos del festín», tampoco cabía duda que muchas veces los carroñeros más pequeños, ante la presencia de un apetitoso cadáver, no sólo no esperaban resignados a que llegase su corpulento pariente a catarlo primero, sino que iniciaban la comilona por su cuenta «sin el menor miramiento por los privilegios de su ausente monarca» (Wood, 1862, p. 15). Más aun, es seguro que más de uno habrá encontrado varias especies carroñeras juntas, incluido el Rey Zamuro, disfrutando del festín sin agresiones ni disgustos, de tal suerte que no parecería ser tan cierto lo del temor paralizante, y mucho menos lo del respeto reverencial hacia el Rey Zamuro, conseja que tal vez no pasaba de ser más que un mito propiciado por los aduladores y beneficiarios del poder absoluto detentado por los reyes en las sociedades humanas de aquella época ya ida en que dicho mito nació y se difundió.

Hubo, sin embargo, que esperar mucho tiempo para que las dudas sobre la calidad del cetro detentado por el Rey Zamuro pudieran comenzar a disiparse. Se requirió no sólo que la ornitología se desarrollara más sino también que los investigadores se ocuparan de estudiar específicamente al Rey zamuro silvestre, del cual hasta no hace mucho era muy poco lo que se sabía con certeza científica debido, sobre todo, a que no sólo es una «especie poco común con una baja densidad de población» (Hilty, 2003 [2002], p. 222), sino que además le gusta vivir en lugares habitualmente de difícil acceso, en particular «dentro o cerca de áreas boscosas no intervenidas» por el hombre muy densas (Restall et al, 2007 [2006], p. 82). Ambas condiciones comenzaron a darse en las décadas postreras del siglo XX permitiendo que se pudiera entender un poco mejor cómo se relaciona esta resplandeciente ave con los otros miembros menos agraciados de su familia.

Un primer hecho a destacar es que se ha verificado que entre las aves carroñeras americanas existe efectivamente una jerarquía, al igual que sucede con las africanas, encontrándose en la cumbre el Cóndor andino (Vultur gryphus) seguido por el Rey zamuro, ubicados ambos por sobre, en ese orden, los Caricares encrestados (Polyborus plancus), los Oripopos (Cathartes aura) y los Zamuros (Coragyps atratus) (Lemon, 1991, p. 698). Que el Cóndor esté en la cumbre no sorprende ya que se trata del ave voladora de mayor tamaño que hay actualmente en el mundo. Pero como en Venezuela los cóndores son escasísimos, no pasando entre residentes y visitantes de una veintena de ejemplares ubicados sobre todo en los páramos merideños (Rodríguez y Rojas, 2008, p. 128), alturas que el Rey zamuro prefiere evitar, podemos decir sin temor a equivocarnos que, entre los carroñeros de nuestro país, este último sigue siendo el rey, lo cual no significa, sin embargo, que los demás le dejen el campo libre cada vez que le apetezca aparecerse, ya que el rango jerárquico no es algo unívoco sino que depende de una serie de elementos, aunque el tamaño del animal sea lo principal (Wallace y Temple, 1987, p. 293 y 295).

Otro hallazgo de mucha significación acreditable a los científicos consistió en la comprobación de que las aves carroñeras del Neotrópico han desarrollado algunas conductas diferenciadas para cada especie que contribuyen a reducir la competencia entre ellas por el alimento y, por tanto, a favorecer en buena medida la coexistencia pacífica. Así por ejemplo, el Oripopo es un generalista en cuanto a los hábitats que frecuenta, pasando tranquilamente de los espacios abiertos a la intrincada selva virgen, valiéndose de sus agudísimos sentidos de la vista y en especial del olfato para ubicar su alimento preferido representado por «la carroña que está relativamente fresca», aunque —muy importante—  tratando de hacerlo en horas que no coincidan con la actividad alimenticia de las otras aves carroñeras. El Rey zamuro tiene, en cambio, una marcada preferencia por los bosques primarios muy tupidos, como ya fue dicho, desdeñando usualmente los lugares muy abiertos con escasa vegetación en su búsqueda de carroña «un poquito más vieja». Por otra parte, ambas especies se parecen en el hecho de que suelen abandonar la pieza que están comiendo «aunque haya todavía carroña disponible». El beneficiario de tan peculiar conducta es, por supuesto, el Zamuro, siempre dispuesto a comer «cualquier cosa», tratando en lo posible de hacerlo después que «se ha ido el último Oripopo o Rey zamuro», pudiendo dejar la pieza que estos abandonan totalmente limpia de tejidos en poco tiempo. El Zamuro es asiduo sobre todo de los lugares abiertos muy intervenidos e incluso, como todos sabemos, de áreas urbanas que el Oripopo y sobre todo el Rey zamuro tienden a evitar (Lemon, 1991, p. 699, 701 y 702).


Al Rey zamuro le gusta posarse semioculto en la copa de los árboles más altos de los bosques muy tupidos, lugares donde pasa mucho tiempo ya que allí descansa y se acicala durante el día y duerme en la noche (Fotografía tomada por Eduardo López)

Se construye así un sutil equilibrio que se hace más obvio cuando la disponibilidad de alimento es suficiente para todos y se va diluyendo cuando éste escasea, momento en el cual las jerarquías entre las diferentes especies y dentro de cada una de ellas afloran con mayor notoriedad. No es de extrañar entonces que en la investigación sobre el comportamiento alimenticio en grupo de los buitres neotropicales emprendida en 1987 por el norteamericano William Lemon en Costa Rica no sólo encontrara reiteradamente a Zamuros, Oripopos y Reyes zamuro compartiendo la misma carroña sino, sobre todo, que en ningún momento llegara a observar «encuentros agresivos ni desplazamientos» entre estas tres especies en ninguno de los tres hábitats donde hizo su trabajo de campo, cuales eran el bosque primario, el secundario y las áreas abiertas de una selva lluviosa (Lemon, 1991, p. 699). En cambio en una investigación anterior ya citada, efectuada entre 1980 y 1984 en Perú por Michael Wallace y Stanley Temple, también norteamericanos, sí se observó con cierta frecuencia actividad agresiva con resultados diversos, a lo cual de seguro no es ajeno el hecho de que su estudio se remitiera solamente a un área abierta y árida con una disponibilidad muy limitada de alimento, lo cual exacerba la competencia no sólo entre especies sino también dentro de cada especie.

Según refirieron estos autores, cuando hubo enfrentamientos estas aves se comportaron como los propios pandilleros malandros, imponiéndose siempre los Cóndores, como era de esperarse, sobre los demás carroñeros, incluidos los Reyes zamuro, en tanto que éstos hicieron lo mismo con las otras especies menores. Los Caricares, por su parte, siempre se impusieron a los Oripopos y Zamuros, mientras que entre estas dos últimas especies se repartieron por igual las victorias y derrotas individuales, con la observación de que cuando los Zamuros estaban presentes en grupos muy numerosos, Oripopos y Caricares, temiendo una cayapa, preferían no enfrentarlos y permitirles hacer lo que a bien tuvieran (Wallace y Temple, 1987, p. 293).

Nada de lo anterior nos explica, sin embargo, la escena de una comilona postergada hasta el arribo de un determinado comensal de sangre azul que la tradición nos refiere con una tozudez tan marcada que nos sugiere que algún fundamento sólido debe tener. Y es que, en efecto, sí lo tiene. Las claves para resolver el acertijo están dadas paradójicamente en, por un lado, el texto del coronel Antonio de Alcedo, cronológicamente la primera de las fuentes citadas, el cual se inicia con un condicional: «siempre que hay una res muerta»; por el otro lado está el texto del narrador Ednodio Quintero, el último en la secuencia, quien señalaba una importante cualidad del pico del Rey zamuro: «amolado como un cuchillo de diamante».

Pongamos ambas frases juntas y tendremos la respuesta: «siempre que hay una res muerta» se requerirá de un pico «amolado como un cuchillo de diamante», como lo es el del Rey zamuro, capaz de perforar el durísimo cuero del cadáver de cualquier animal de gran tamaño —como, por ejemplo, el de una res, un burro, un caballo, un venado, un cochino de monte o una danta—  para abrir paso hacia lo que hay adentro, lo cual no pueden hacer los Oripopos ni los Zamuros, ya que carecen de la calidad de pico y de la fuerza necesarias para ello. Se ha observado en tal sentido que «las aves que esperan se tornan notoriamente excitadas cuando los recién llegados Reyes zamuros se aproximan al cadáver. Con sus picos más grandes y mayor fuerza estas aves abren el cuero en varios puntos. Esto a menudo causa que los Zamuros se agolpen sobre el cadáver en un “frenesí alimenticio”» (Wallace y Temple, 1987, p. 294). No es, por tanto, por temor, reverencia o pleitesía que Oripopos y Zamuros aguardan por el Rey de los Zamuros sino por el mero interés, armándose la juerga una vez que el supuesto rey cumple con su trabajo.

Esta escena sin duda ha sido y es familiar para quienes viven en las áreas habitadas por un ave tan fiel a su terruño como lo es el Rey zamuro. Prueba de ello es la existencia en el folklore de algunos países de manifestaciones que la representan, como por ejemplo la llamada Danza de los gallinazos o goleros de la tradición colombiana de la costa caribeña, interpretada desde hace mucho en el famoso Carnaval de Barranquilla. Los personajes principales de esta mezcla de baile con teatro callejero son los zamuros, llamados gallinazos o goleros en ese país hermano, el Rey gallinazo o Rey zamuro y un burro, además de un cazador y su perro.

La trama comienza cuando «una bandada de aves carroñeras descubre un animal muerto y bajan todas a devorarlo». Luego de las presentaciones «el primero que se acerca a comer del cadáver del burro es el Rey gallinazo quien, a diferencia de los demás que son monocromos, luce de colores blanco, negro y rojo. Después del Rey inician la faena las demás», que son los gallinazos o goleros, con disfraces de «enterizo negro», los «goleropichones» de blanco y el «alguacil», que correspondería al subadulto del Rey zamuro ya que su disfraz es «gris con lunares blancos». Es de resaltar que en este espectáculo se utilizan también máscaras. «La del Rey Gallinazo es blanca con magnífico pico y cresta de colores. Su expresión es altiva y majestuosa como corresponde a quien va a dirigir el ritual de la danza y comandar el festín. La de los demás es negra plena, con los mismos rasgos fisonómicos del animal, pero expresando actitud de humildad y obediencia, en un rictus que parece traducir servilismo ante la altivez del Rey» (Fundación Carnaval de Barranquilla, 2010, p. 1-2).

Por cierto que una máscara de Rey Zamuro era utilizada por un gran goleador del famoso equipo Flamengo de la Liga de Fútbol de Brasil con un tremendo cañón en su pierna izquierda. Su nombre es Renato Abreu y su sobrenombre «Urubu-Rei», como se le dice en portugués al Rey Zamuro. El moreno Renato sacaba a relucir su máscara cada vez que podía, colocándosela para celebrar estruendosamente sus mejores anotaciones, hasta que, en una sorprendente decisión, la FIFA le prohibió al brillante goleador utilizar dentro de la cancha la simpática máscara, lo cual no se sabe todavía con certeza si constituyó una censura al jugador o al ave carroñera.

Nadie duda del excelente olfato para el gol del Urubu-Rei del fútbol brasileño, pero hay quienes no están muy seguros de que su homónimo carroñero lo tenga tan agudo como para localizar con él su comida. La duda parece que se originó con la publicación de un artículo en 1984 en el cual se sostenía que «los Reyes zamuro en cautiverio eran incapaces de encontrar mediante el olfato la comida cuando estaba escondida» y que como «esta especie vuela a alturas elevadas sobre el bosque ello sugiere que localiza los cadávares espiando la actividad de los Oripopos que están más abajo» (Houston, 1984). Sin embargo, en el estudio citado de William Lemon realizado con aves silvestres se verificó que en los tupidos bosques primarios en que éste habita siempre fue el primero en ubicar y llegar a los cadáveres yacentes en el suelo imposibles de ver desde el aire, concluyendo que «su investigación muestra que los Reyes zamuro utilizan medios diferentes de los visuales, como el olfato, para localizar la carroña en el bosque» (Lemon, 1991, p. 700-701). También hay constancia en algunos zoológicos, como el de Honolulu, de que estos animales sí utilizan el olfato para localizar su alimento, siendo «una de las pocas aves que lo hace» (Honolulu Zoo, 2010, Diet). Pudiera ser entonces que a esos Reyes zamuro del zoológico donde Houston realizó su estudio, sabiendo que allí tenían asegurada la comida diaria sin el menor esfuerzo, a lo mejor no les atrajo jugar al escondido.


El Rey zamuro tiene un vuelo magistral basado en el planeo, pudiendo hacerrlo a muy baja altura lo mismo que remontarse muy alto sin evidenciar el menor esfuerzo (Fotografía tomada por Eduardo López)

Lo que sí está documentado es que el Rey zamuro sorprendentemente a quien busca y sigue cuando la falta de comida obliga es nada menos que al Yaguar (Panthera onca), otro de los reyes de la selva americana. Aclaremos previamente que este hermoso felino era llamado Yaguar por nuestros indígenas, nombre que en inglés transcribieron correctamente como Jaguar, pues la sílaba ja se pronuncia en ese idioma como ya, transcripción que luego pasó a nuestro idioma y se generalizó como nombre común de este mamífero, aunque no con la pronunciación inglesa de la jota sino con la española. El comportamiento referido del Rey zamuro fue observado en el Hato Las Nieves del estado Bolívar. La búsqueda de yaguares o de restos de sus cacerias la iniciaban «en vuelo». «Una vez visto un Yaguar, los Reyes zamuro se perchaban para monitorear al felino» o bien lo seguían desde el arriba. «También monitoreaban grandes mamíferos terrestres que eran potenciales presas del gran gato, especialmente el Venado caramerudo (Odocoileus virginianus)» (Schlee, 2007).

Por cierto, aunque es bastante conocido que el Yaguar era un animal sagrado para los mayas, lo es mucho menos que en la cosmovisión de ese pueblo también figuraba el Rey de los Zopilotes, como llaman los mexicanos al Rey Zamuro, habiendo una relación muy curiosa entre ambos. En efecto, «el dios del Sol, que es un dios de la vida y el bien, asociado con la guacamaya y el colibrí, al pasar al mundo inferior se convierte en un dios de la muerte y se asocia con el Yaguar». Este dios del Sol transformado en Yaguar tenía como esposa a la «diosa de la Luna» la cual era, en la mitología maya, muy casquivana, puesto que «tuvo relaciones con su cuñado Venus, y se convirtió en la amante del rey de los zopilotes» (De la Garza, 1984, Introducción). Sucede, sin embargo, que en la realidad «los Reyes zamuro se desposan de por vida» (Wikipedia, 2013, p. 6) llevando una vida familiar muy dedicada y solidaria, de modo que cuesta imaginárselo cometiendo tales infidelididades, aunque tratándose de irracionales uno nunca sabe.

En todo caso, el ritual del cortejo entre los Reyes zamuro al parecer no ha sido observado en las aves en estado silvestre sino en las que están cautivas en los zoológicos del mundo, que resultan mucho más accesibles y no son pocas, ya que no hay zoológico que se respete que no tenga al menos una pues ellas se encuentran dentro del selecto grupo de atracciones mayores que allí se exhiben. Por cierto que, dicho sea de paso, el comercio con el Rey zamuro es de larga data. Appun dejó constancia de ello al afirmar que, viajando por el actual estado Cojedes, encontró «un comerciante de animales vivos que entre gran cantidad de monos y loros poseía también algunas curiosidades», entre ellas varios «abigarrados reyes de zamuro» (Appun, 1961 [1871], p. 275), alguno de los cuales tal vez haya ido a parar a un zoológico. Pero que los haya en esas instituciones, sobre todo en aquellas en que estas aves disponen de espacio suficiente y se encuentran bien atendidas, ha permitido en contrapartida saber, entre otras cosas, que durante el cortejo cada miembro de la pareja «da vueltas sobre el suelo alrededor del otro mientras aletean profiriendo fuertes ruidos silbantes y resoplidos mientras se aparean» (Wikipedia, 2010, p. 6).

En estado silvestre la hembra del Rey zamuro pone usualmente un solo huevo que se cree que es empollado a turnos por ambos padres, lo cual ha sido difícil de verificar pues el macho y la hembra lucen iguales. No construyen propiamente un nido sino que la hembra coloca el huevo sobre el suelo, en algún matorral o en la base de un árbol (Smith, 1968, p. 247-248; Schlee, 1995, p. 271), lo mismo que en grietas y huecos de árboles (Ramo y Busto, 1988, p.196) y en cavidades naturales en formaciones rocosas (Mendes et al, 2004, p. p. 220). La incubación dura unas ocho semanas y el pichón al nacer tiene una talla de unos 14 centímetros, está «cubierto con un suave plumón blanco, excepto en los pies y la cabeza» y mantiene sus ojos cerrados (Mendes et al, 2004, p. 221). Cuando se siente amenazado reacciona de varias maneras, dando signos de regurgitación y emitiendo graznidos mientras inclina la cabeza y cuello hacia abajo, llegando incluso, cuando está un poco más grandecito, a la osadía de lanzarse al ataque con los talones y el pico (Ramo y Busto, 1988, p. 196; Schlee, 1995, p. 271; Mendes et al, 2004, p. 222).

El pichón conserva el plumón blanco durante unas seis semanas cambiando luego progresivamente al plumaje negro. Se mantiene dentro del nido cerca de diez semanas alimentado mediante regurgitación y comienza a volar aproximadamente a los cuatro meses de nacido. El joven Rey zamuro pasa con sus padres más de un año. De hecho, es relativamente frecuente ver adultos individualmente o en pareja acompañados de un juvenil de plumaje negro o incluso con una buena cantidad de plumas blancas en el vientre, propio de aves con edades entre uno y dos años, lo cual podría hacer «suponer que la anidación se produce cada dos años» y no anualmente (Mendes et al, 2004, p. 223).

Cuatro años, como mínimo, se toma el Rey Zamuro para adquirir su plumaje adulto definitivo, el cual exhibirá hasta el fin de sus días que se supone que ocurre como máximo de 30 a 35 años después. Los riesgos a que están sometidos una vez llegados a la madurez no son muchos, ya que no se les conoce depredadores en esa etapa gracias sobre todo a su tamaño y al presumible mal sabor de su carne. En su longevidad influyen también sus hábitos alimenticios que excluyen los peligros propios de la cacería, a la vez que conllevan la disposición de un sistema inmunológico capaz de protegerlo de los gérmenes patógenos que pululan en la carroña que consumen, los cuales transmiten algunas de las enfermedades más mortíferas comunes a otras aves.


 Aquí se muestra el rango geográfico del Rey Zamuro, el cual abarca desde el sur de México hasta norte de Argentina y Uruguay, eligiendo generalmente como lugar de residencia las selvas primarias no intervenidas (Mapa tomado de Wikimedia Commons)

En realidad los mayores peligros confrontados por los Reyes zamuros siempre han provenido de la actividad humana. Entre ellos se encuentra su estima como trofeo de caza, práctica que sucedería en Brasil según señalaba el reputado ornitólogo Helmut Sick en 1985, lo mismo que su utilización en la medicina popular para tratar el asma, para lo cual, después de cortársele la cabeza, «la gente quema el resto del cuerpo del ave para volverlo cenizas usadas en la elaboración de una infusión» (Mendes et al, 2010), habiéndose utilizado también su sangre y sus plumas como instrumento de sanación. A ello se suma la animadversión que suscita en algunas regiones de Suramérica la creencia según la cual si la sombra de un Rey zamuro cae sobre una persona ésta sufrirá el infortunio e incluso la muerte. No obstante ello, en las culturas aborígenes era considerado generalmente como un ser benéfico incorporado a varios mitos, como en el caso citado de la cultura maya. También aparece en los mitos de varias etnias de la actual Colombia, como los Tukano, según los cuales «el Rey de los gallinazos sirve a un aprendiz de chamán en su vuelo iniciático y lo lleva a su espalda al “país resplandeciente”, es decir a una dimensión alucinatoria» (Reichel, 2010).

En todo caso, lo que pone en riesgo a la especie considerada como un todo es en realidad la acelerada pérdida de sus hábitats debida a la deforestación que irrumpe en los bosques primarios, lo cual conlleva la reducción de la cantidad de árboles que les sirven de dormideros, así como también de sus bebederos y de la fauna que constituye su fuente de comida. Cabe señalar que en ciertos hábitats sujetos a esta despiadada irrupción humana también desaparece una especie vegetal muy renombrada, «ligada por sus bendecidos frutos y follaje a la vida del indígena en Venezuela» (Alamo, 1911, p. 60), cual es la Palma Moriche (Mauritia flexuosa), cuyo nombre común significa en lengua aborigen «árbol alto del alimento» o «árbol de la vida» (Alvarado, 1984 [1921], p. 283). Se trata, en efecto, de un árbol legendario de cuyas semillas, según dice una tradición indígena de nuestro país muy difundida entre diferentes etnias que refiriera Arístides Rojas, «salieron los hombres y mujeres que actualmente pueblan la tierra» (Rojas, 1979 [1907], p. 21). Jesús Hoyos, por su parte, decía que para los Guarao es la «madre nutricia» (Hoyos, [Sin fecha], p. 16). En cuanto a los misioneros, «en su entusiasmo» lo llamaron «pan de vida», según recordaba Codazzi, quien agregaba que su fruto es un «mantenimiento regalado» (Codazzi, 1960 [1841], p. 94). Aunque parezca increíble, esto último lo descubrieron también los Reyes zamuro, ya que se ha demostrado que ellos «comen frutos de palma moriche, particularmente cuando la carroña es escasa» (Schlee, 2005, p. 460).

Claro que este sustituto de su alimento principal puede que no alcance para cubrir todas sus necesidades nutricionales, de modo que, si la destrucción de sus hábitas no se frena o detiene, tal vez lo menos malo para los hermosos Reyes zamuro sea adoptar, como ya comienza a suceder en algunos países, el modo de vida de muchísimos Zamuros negros por toda América, consistente en asegurar su subsistencia principalmente mediante el aprovechamiento de los desechos que en volúmenes siempre crecientes acumulamos los humanos. Y si bien esto pudiera tener como efecto colateral la disminución del hechizo y fascinación que sobre muchos ejerce esta atractiva ave todavía misteriosa, en compensación también alejaría el riesgo de que su supervivencia quedase comprometida. Además, el majestuoso Rey zamuro se convertiría así en una especie mucho más fácil de encontrar, aunque ello tal vez no regocije demasiado a los observadores y fotógrafos de aves, que estoy seguro que preferirían hallarlo en su hábitat natural.


Bibliografía citada


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3 comentarios:

  1. Estoy convencido que en ese animal (tal como ocurrió con el armadillo) hay muchas respuestas a varias enfermedades de origen inmunológico por descubrir...

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